SAO PAULO.- Importado por la élite brasileña que vacacionó en Europa, el
coronavirus SARS-CoV-2 ahora está devastando a los pobres del país más
grande de América Latina, arrasando estrechos barrios donde la
enfermedad es más difícil de controlar.
Datos de salud pública analizados de las ciudades de São
Paulo, Río de Janeiro y Fortaleza muestran un cambio en las últimas
semanas desde los vecindarios adinerados que sembraron el brote hasta
las arenosas afueras urbanas.
El cambio coincide con un alza en
las muertes confirmadas por COVID-19, hasta ahora apenas 6.000 en
Brasil. Muchos científicos apuntan al país como el próximo foco mortal;
investigadores del Imperial College de Londres prevén que esta semana la
tasa de transmisión será la más alta en el mundo.
La tendencia
revelada por los datos complica la lucha de Brasil contra el virus.
Muchas favelas, como se conoce a los laberintos de casas de bloques de
cemento que forman los vecindarios más pobres, carecen de agua potable,
redes de alcantarillado e instalaciones de atención médica.
El
Estado es débil en esas zonas y las bandas de narcotraficantes muchas
veces son la autoridad de facto. Eso dificulta las cuarentenas, aun si
contaran con el apoyo del presidente Jair Bolsonaro, quien ha rechazado
repetidamente los temores sobre el coronavirus y calificó de extremas
las medidas estatales y municipales para frenar su propagación.
Residentes
de Brasilândia, un distrito pobre en el extremo norte de São Paulo y
con el mayor número de muertes por coronavirus en la ciudad, dijeron que los bares todavía estaban abarrotados y que las fiestas al
aire libre atraían a miles de participantes los fines de semana.
Brasilândia
sólo tenía un caso confirmado a fines de marzo, según datos de la
ciudad, en un momento en que la gran mayoría de los contagios se
registraban en los distritos más ricos del centro oeste. El informe más
reciente de esta semana mostró 67 decesos por COVID-19.
“Para
aquellos que no lo han sufrido, es como si la enfermedad no existiera”,
acusó Paulo dos Santos, de 43 años, quien perdió a su padre por el virus
en Brasilândia .
En Río de Janeiro, los barrios de Leblon,
Copacabana y Barra da Tijuca fueron los primeros en sufrir al comienzo
del brote en Brasil, informando 190 casos confirmados para el 27 de
marzo. En contraste, las áreas de bajos ingresos de Campo Grande, Bangú e
Irajá sólo habían reportado ocho casos en ese momento.
Eso ha
cambiado la semana pasada, con los vecindarios más pobres reportando 66
nuevos casos, mientras que el trío más rico vio 55. Se observó la
misma tendencia en Fortaleza, una capital del noreste del país, con más
de 25.000 contagios.
Pese al aumento en el número de muertes, las
llamadas están creciendo para que las medidas de bloqueo se relajen.
Bolsonaro ha presionado para reactivar la economía, describiendo las
políticas de confinamiento como un “veneno” que podría matar más a
través del desempleo y el hambre que el mismo virus.
En los barrios pobres, donde el hambre es una amenaza grave, pocos se adhieren a las medidas de cuarentena.
William
de Oliveira, líder de la comunidad en el barrio pobre de Rocinha, en
las afueras de Río, puede recitar los nombres de varios amigos
asesinados por el virus. Sin embargo, quedó claro el miércoles que la
vida continuó más o menos como de costumbre, con tiendas y bares llenos
de gente, lo que lamentó.
“Podemos revertir los problemas económicos”, dijo Oliveira, “pero no podemos revertir las muertes”.
El
número de casos en las zonas más pobres es probablemente mucho mayor
que el reportado, debido a la falta de pruebas, sostuvo Keny Colares,
epidemiólogo del hospital de São José, en Fortaleza. Algunos pacientes
de bajos ingresos, dijo, se presentaban en los hospitales días después
de que deberían haber buscado atención médica.
Los brasileños
pobres también tienen más probabilidades de morir si se infectan, debido
a los niveles más altos de enfermedades preexistentes y al menor acceso
a la atención médica.
En Leblon, por ejemplo, sólo el 2,4% de
los casos confirmados han resultado en muertes, aproximadamente en línea
con las tendencias mundiales y sugiriendo una imagen relativamente
precisa de los números de infección. En Irajá, la tasa de mortalidad es
del 16%. En Brasilândia es un asombroso 52%.
Hugo Simon, jefe de
la unidad de cuidados intensivos para adultos del Hospital Municipal
Rocha Faria en Campo Grande, dijo que el servicio de salud pública
estaba al límite. El centro asistencial ha tenido que comenzar a tratar
los casos de COVID-19 porque ya no hay espacio en los hospitales
originalmente designados para atender a esos pacientes.
El número de casos de la enfermedad respiratoria en Campo Grande se
encuentra ahora entre los más grandes de Río, con 146. Dos comunidades
contiguas de bajos ingresos, Realengo y Bangú, también están entre las
diez más afectadas de los 160 distritos oficiales de Río.
“Esto
realmente comenzó en la zona sur de Río y ha llegado a mi área después”,
señaló Simon, refiriéndose a la zona más rica de la ciudad. “Nos
encaminamos hacia la capacidad máxima”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario