Por primera vez en la historia del Reino Unido, tenemos un primer
ministro que la extrema derecha considera su propio líder. El sábado
pasado, durante una manifestación en Westminster,
matones de extrema derecha embistieron contra activistas de izquierdas y
opositores al Brexit mientras gritaban "tenemos un poste para colgaros a
vosotros" y "Boris, te queremos".
El estafador y matón encarcelado
Tommy Robinson ha declarado "apoyamos a Boris",
halagándolo por sus ataques contra conservadores rebeldes y los
"traidores" laboristas. Además, uno de sus principales aliados ha
difundido un vídeo que muestra a Johnson con los pulgares arriba y las
frases "el primer ministro del pueblo" y "El Parlamento contra el
Pueblo", acompañadas con cánticos de estilo futbolístico que dicen
"¡Boris está con Inglaterra!"
Aunque Margaret Thatcher
agitó los temores de que el Reino Unido se viera "inundada de gente de
otra cultura" y propuso "poner fin a la inmigración", el Frente Nacional
—el principal movimiento de extrema derecha de aquella época— nunca la
vio como una de los suyos. Si a Johnson le preocupa íntimamente
convertirse en representante de una renaciente extrema derecha, desde
luego no lo ha demostrado. Muy por el contrario: él y su co-primer
ministro, Dominic Cummings están jugando con fuego, aunque saben muy
bien que en este momento el Reino Unido es un polvorín.
Como ha afirmado Matthew McGregor, de Hope Not Hate,
la extrema derecha "ahora se ve como la tropa de asalto del Brexit". Es
necesario cuestionar esa auto-percepción: cuando los medios de
comunicación describen a estos matones extremistas como "activistas
pro-Brexit", no solo están insultando a millones de votantes a favor del
Brexit que detestan esa ideología perversa, sino que además están
otorgándole a la extrema derecha una legitimidad de la que en realidad
carece.
De la misma forma que la derecha conservadora euroescéptica vio
en el Brexit algo mayor que la reconfiguración de la relación entre el
Reino Unido y la Unión Europea —un contundente instrumento de revolución
contra-cultural—, la extrema derecha también encontró una oportunidad.
Para Robinson y sus seguidores, el objetivo es nada menos que sacar de
la vida pública a aquellos que consideran "traidores", incluido
cualquiera que adhiera a cualquier tipo de política progresista.
En la víspera de las elecciones europeas, en un acto electoral pro-Brexit en el Oeste de Londres, una multitud enfadada gritaba que el movimiento de Nigel Farage permanecería "hasta que os hayáis marchado todos, los de the Guardian,
toda la clase política". Cuando los matones de extrema derecha del
sábado planearon atacar la manifestación de izquierdas, lo que tenían en
mente era una gran purga de "traidores" y su intención era hacerla
mediante brutalidad e intimidación.
El asesinato de Jo Cox
a manos de un terrorista de extrema derecha, que más tarde rugió
"Muerte a los traidores, libertad para el Reino Unido", debería haber
generado una reflexión nacional. En cambio, lo que siguieron fueron tres
años de medios de comunicación chillando sobre la necesidad de aplastar
a los "saboteadores" y a los "enemigos del pueblo". Los responsables no
son nada ingenuos. Comprendían perfectamente las consecuencias
políticas, específicamente de alentar y legitimar a extremistas de
extrema derecha, pero sencillamente no les importó.
Johnson
y su equipo saben que existe un movimiento de extrema derecha que, en
palabras de McGregor, "se siente alentado por la retórica de la
traición". La narrativa de la "puñalada por la espalda" —el culpar a una
supuesta subversión interna y a presuntos traidores del fracaso de un
proyecto de grandeza nacional— siempre ha sido efectiva en la extrema
derecha, y las promesas incumplidas de Theresa May de "no tener acuerdo es mejor que tener un mal acuerdo" y de llevar a cabo el Brexit antes del 29 de marzo solo han logrado encenderlos.
Si
los conservadores pro-Brexit son los "trajes" haciendo el trabajo
parlamentario, la extrema derecha se ve a sí misma como los "botines" en
las calles: se han auto-proclamado encargados de llevar a cabo una
amenazada revolución nacional-conservadora. Estos botines ahora apoyan
al que se suponía que era el partido hegemónico de centro-derecha del
Reino Unido.
Johnson y Cummings deberían estar alarmados por eso. Cuando embistes a tus oponentes por apoyar un "proyecto de rendición" o
los denuncias por "colaboracionistas", como ha hecho Johnson; cuando
pintas una escena en colores primarios del "Parlamente contra el
Pueblo", como si una guarida de traidores estuviera en guerra con la
población, ¿de verdad no te das cuenta de las consecuencias de ello? ¿No
te hace parar a pensar el ver a una panda de matones borrachos coreando
tu nombre en el centro de Londres?
El movimiento callejero de extrema
derecha es real, grave y firme, y nuestros gobernantes no pueden
considerarlo irrelevante. Las personas que expresan públicamente y sin
tapujos sus opiniones progresistas saben que al hacerlo están poniéndose
a ellos mismos y a sus seres queridos en peligro.
El
peligro es que los acontecimientos recientes anticipan algo mucho peor.
En las últimas elecciones, miembros del Partido Laborista fueron
demonizados por supuestamente apoyar terroristas y odiar al Reino Unido,
una retórica que la extrema derecha aceptó con gusto. Esta vez, los
botines en las calles son más fuertes, el contexto político es más
violento y está marcado por divisiones cada vez menos reconciliables.
En
este contexto, ¿qué supondría una campaña aún más desagradable llevada a
cabo por los conservadores y sus medios de comunicación adictos?
Incluso antes de que la semana pasada en Salford el equipo de Jeremy
Corbyn fuera rodeado por activistas de extrema derecha
que les gritaban "traidores" y "Boris, te queremos", a los miembros de
su equipo ya les preocupaba cómo ha aumentado la amenaza a su
seguridad.
Para ser franco, es probable que más
personas resulten heridas. Cuando eso suceda, podremos esperar una
respuesta al estilo Donald Trump sobre "los dos bandos" y
que se cuestione "cuál es el papel de la izquierda y su retórica
incendiaria".
Los intentos tóxicos de embarrar las aguas pretenden
ocultar los hechos: la izquierda nunca ha intentado herir, mucho menos
asesinar, a activistas o diputados conservadores, mientras que el
movimiento de extrema derecha global ha asesinado a personas
socialistas, musulmanas, negras o judías, desde Noruega hasta Yorkshire.
La extrema derecha solo puede ser derrotada por un movimiento de
protesta no violento, y sus propiciadores también deben rendir cuentas.
Vamos
a repetirlo para nuestro primer ministro: la extrema derecha violenta
es real y peligrosa, lo tratan a usted como su líder y se sienten
alentado por su retórica. A partir de ahora, usted será responsable de
lo que ellos hagan.
(*) Columnista en The Guardian
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