Los tipos de interés negativos, o en torno al 0%, no han traído la
felicidad a la economía y cada vez aumenta el ejército de los
descontentos y de los disconformes, empezando, claro está, por lo
bancos, que se ven privados de ingresos, pero siguiendo con los demás
agentes económicos, que no le están viendo beneficio tangible a esta
situación. Los bancos centrales siguen defendiendo, aunque cada vez con
menos énfasis, sus remedios monetarios, en su la lucha por entrar en
tasas de inflación del 2%, que no acaban de aparecer, y lograr una
recuperación convincente de la actividad económica.
El abaratamiento del dinero y de la financiación ofrece a estas
alturas, tras dos años de dinero barato o negativo, un balance con luces
y sombras, aunque las primeras no están siendo bien aprovechadas y las
segundas amenazan con crear problemas mayores de los que tratan de
resolver. Por ejemplo, el dinero barato, o mejor baratísimo, está
alargando la fase de irresponsabilidad de algunos Gobiernos (el español,
entre otros) que se benefician de costes financieros muy por debajo de
la realidad, lo que no impide que la deuda estatal siga en aumento.
Es
muy probable que, de tener los tipos de interés en situaciones más
normales, la lucha contra el déficit habría tenido mucha más severidad,
más eficacia. Se sigue hablando de la necesidad de darle carpetazo a las
políticas de austeridad como si los Presupuestos de estos últimos años,
y el del año 2016 todavía, fuesen un catálogo de virtudes en el control
del gasto público y en la cor4recta fijación de los impuestos.
También está beneficiando a las empresas el bajo coste de la
financiación, aunque esta ventaja no siempre es aprovechada debido a que
los proyectos de inversión, que es en donde se coloca por lo general el
dinero procedente del crédito, son ahora más escasos que abundantes. La
economía no tiene el vigor necesario como para demandar grandes flujos
de financiación en el sector privado, distintos a lo que es pura
refinanciación de deudas anteriores.
Para los bancos, el bajo coste del dinero tiene a su vez alguna
ventaja pero bastantes inconvenientes, como se está viendo en las
cuentas de resultados, en las declaraciones de los protagonistas del
sector y en la evolución de los hechos en el terreno corporativo. Los
bancos están metidos en una ola de ajustes de costes para compensar las
bajas rentabilidades del crédito y le menguada partida de los márgenes,
que es de donde salen los beneficios del sector. Los bancos están
multiplicando sus actuaciones defensivas, algunas de las cuales tienden a
buscar alianzas y fusiones entre entidades financieras para afrontar
con alguna garantía de éxito el futuro.
Si de este panorama va a salir un sector financiero más fuerte, que
sería lo deseable por el bien del conjunto de la economía, o más
debilitado, está por ver. Nadie se atreve echar las campanas al vuelo en
este debate sobre el futuro de la solvencia bancaria en las presentes
circunstancias, aunque el número de los escépticos supera con creces a
los que manifiestan lo contrario. Los esfuerzos de las entidades
reguladoras encaminados a preservar la solvencia de las entidades
financieras con medidas reforzadas de capitalización están tropezando
con tantas dificultades que los propios reguladores han empezado a dar
marcha atrás, para hacer más graduales los pasos en esta dirección.
La etapa de los tipos cero tendrá que darse por concluida cuanto
antes porque en caso contrario las distorsiones de esta política serán
difíciles de remediar en el futuro. Lo malo es que el final de esta
etapa va a exigir a muchos Gobiernos esfuerzos de ortodoxia fiscal
redoblados, lo que no será fácil poner en práctica en un entorno
político que ha sido tan permisivo con el gasto público.
(*) Periodista y economista español
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