LONDRES.- Los bandazos de las encuestas, que en cuestión de horas han pasado de
una abrumadora mayoría a favor del Brexit a siete puntos de diferencia a
favor del sí a la permanencia del Reino Unido en la UE -el sondeo que
publica este martes The Daily Telegraph- han generado un gran
nerviosismo en los abanderados de las dos posturas enfrentadas. Y es en
ese estado de ánimo en el que hay que encuadrar el nuevo y dramático
llamamiento del primer ministro, David Cameron, para rechazar la salida
del club europeo.
En un discurso a las puertas del 10 de Downing Street, su despacho
oficial, Cameron ha recordado a los británicos que la decisión que tomen
en el referéndum de este jueves es “irreversible” y ha instado a “no
poner en riesgo” la estabilidad y la seguridad del país. Cameron es
consciente de que se juega su propio futuro político y quizá por eso ha
decidido hacer esta comparecencia cambiando el discurso del miedo que ha
utilizado hasta ahora –la retahíla de desgracias sobre todo económicas
que sacudirían al país si finalmente saliera de la UE, para centrarse en
los aspectos positivos de la permanencia.
Cameron ha reivindicado cuestiones con las que espera llegar al
corazón de un votante confundido por la complejidad de las estadísticas y
la disparidad de la guerra de cifras en la que se embarcaron los dos
bandos. Así, ha puesto en valor elementos universales que, según él,
dependen de la continuidad en la UE, como la prosperidad de las
familias, el mantenimiento del empleo e, incluso, la seguridad nacional.
Además, su intervención ha evidenciado el interés por llegar a una
audiencia concreta que podría decidir el futuro de Reino Unido: los
mayores, los más proclives, según las encuestas, a votar por la salida.
En un ejercicio de empatía electoral, ha tratado de mostrar que se pone
de su parte y que comparte todas sus preocupaciones: “Quiero dirigirme
directamente a las personas de mi generación y mayores. Sé que la UE no
es perfecta, créanme, entiendo esas frustraciones, pues las siento yo
mismo”, ha dicho y ha añadido: “Por eso negociamos y mejoramos nuestro
estatus especial: fuera del euro, manteniendo nuestras fronteras,
excluidos de una mayor integración europea. Tenemos lo mejor de ambos
mundos”.
El primer ministro no ha podido evitar, no obstante, algunas
referencias a los perjuicios que se derivarían del Brexit: “La próxima
generación tendrá que vivir con las consecuencias por mucho más tiempo
que el resto de nosotros”. Según sus palabras, la economía “es más
fuerte si nos quedamos, más débil si salimos”, por lo que ha advertido:
“Existen riesgos para nuestras familias y no deberíamos tomarlos”. “Por
usted, por su familia, por el futuro de nuestro país, vote por la
Permanencia”, ha pedido a los votantes al tiempo que insistía en que el
Reino Unido es “más seguro” como parte de la UE. Además, y como “país
especial” que es, ve aumentado su poder al ser capaz de influir en el
bloque comunitario.
El llamamiento se ha producido a dos días de una votación en la que,
pese al avance de los partidarios de la permanencia, se prevé que el
margen sea muy ajustado. La última encuesta realizada por la firma
Survation da un 45% a favor de la continuidad frente a un 44% que apoya
el Brexit. Sin embargo, si se descuentan los indecisos en esa encuesta,
el apoyo a la permanencia subiría al 51 %, comparado con un 49 % para la
opción de la salida.
Si gana esta segunda opción, el máximo responsable será el propio
Cameron quien, tras años de enfrentamientos en su partido por este
asunto, acabó cediendo en 2013 con la promesa de un plebiscito incluido
en el programa electoral para las generales del año pasado. Ahora bien,
lejos de rebajar la temperatura interna, las disensiones generadas
amenazan ahora con cobrarse la cabeza del dirigente que decidió que
cuatro décadas sin revisar la afiliación comunitaria eran demasiadas.
Incluso si no pasa a los libros de historia como el ‘premier’ que sacó a
Reino Unido de Europa, Cameron ha quedado ya como el principal
perjudicado de una campaña que ha reavivado las luchas cainitas que en
los 90 habían abocado a su partido a la oposición durante tres
legislaturas consecutivas.
Aunque ha reiterado que no dimitirá si este jueves pierde la batalla,
el debate ya no analiza su legitimidad para permanecer en el Número 10
en caso de ‘Brexit’, sino en si el desgaste aparejado y las divisiones
internas le permiten mantenerse como líder de una formación que coquetea
con la guerra civil. El desacato a su autoridad ha sido consumado por
aquellos sectores que nunca han estado cómodos con su ascenso, pero el
hecho de que prácticamente la mitad del grupo parlamentario ‘tory’ haya
desafiado la postura del líder merma notablemente su margen de maniobra.
En consecuencia, a partir de este viernes por la mañana, Cameron se
enfrenta a una carrera por su supervivencia política en la que, junto al
lugar de Reino Unido en el mundo, está en juego el futuro mismo del
Partido Conservador. Los descontentos con su continuidad tan sólo
necesitarían medio centenar de firmas y, de acuerdo con quienes ya han
barajado esta posibilidad públicamente, el número es factible, sobre
todo si, incluso de vencer la permanencia, la diferencia no es
aplastante.
Las heridas de la campaña son profundas en las dos facciones en las
que se ha dividido la formación, por lo que resulta improbable que el
rechazo a Bruselas quede sofocado en caso de derrota del ‘Brexit’. En
consecuencia, la estrategia de Downing Street en las jornadas
posteriores al referéndum será crucial para evitar que los
acontecimientos se precipiten en forma de un desafío abierto a la
dirección.
Una de las claves manejadas hasta ahora pasa por una remodelación de
gobierno que permita reconciliar a las partes y enterrar un hacha de
guerra capaz de escindir a una derecha británica en la que la aversión
hacia Europa supera en muchos casos la afiliación política. La incógnita
que el ‘premier’ debe resolver es cuándo conviene acometerla para
intentar desactivar un potencial magnicidio, si inmediatamente después
de la consulta, o aguardar al menos hasta el receso estival, o incluso
hasta el otoño, cuando se celebra el congreso anual del partido.
El cambio de tono que el asesinato de la diputada laborista Jo Cox
impuso en una campaña marcada por desacreditaciones que rayaban con los
ataques personales ha dado cierto respiro a Cameron, pero el reto de
cerrar las grietas de una formación que, en sí misma, constituye una
gran coalición permanece. No en vano, la libertad autorizada por el
primer ministro para ir en contra de la posición oficial ha horadado la
cohesión todavía más, por lo que, además de un delicado impasse para la
propia gobernación, la campaña del referéndum ha generado una
oportunidad de oro para expresar las frustraciones con su gestión.
Como resultado, la primera consulta comunitaria desde 1975 ha
erosionado el dique de contención de unas divisiones que superan el
ámbito de Europa, puesto que los críticos han ganado espacio para
expresar su descontento sin sufrir necesariamente medidas
disciplinarias. Por si fuera poco, el golpe estratégico de anunciar
antes de las generales del pasado año que el actual sería su último
mandato ha abierto oficiosamente una carrera por la sucesión en la que
el referéndum se ha convertido en el campo de batalla ideal para los
aspirantes.
Los antagonistas representan a las partes y mientras el ex alcalde de
Londres Boris Johnson ha aprovechado su presencia en el frente
pro-Brexit para impulsar su popularidad al norte de Inglaterra, bastión
del euroescepticismo, el ministro del Tesoro y hombre de confianza de
Cameron, George Osborne, ha jugado a la baza de la continuidad. Uno de
los dos quedará notablemente tocado tras la consulta, pero sólo uno,
Osborne, ostenta actualmente un cargo gubernamental, por lo que su
activa implicación lo ha dejado expuesto a que su suerte corra pareja a
la del primer ministro. La presión para dimitir podría aumentar
notablemente si, en caso de ‘Brexit’, cristaliza la idea de que quienes
ha apostado por la continuidad carecerían de legitimidad para dirigir la
entrada de Reino Unido en una nueva era.
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