miércoles, 17 de septiembre de 2008

Banca con menos ‘glamour’ / Enrique Badía

A ojos del gran público su perfil suele ser discreto y sólo saltan al primer plano cuando, como acaba de ocurrir estos días, uno de ellos se desploma y alguno más está en riesgo de desaparecer, pero los bancos de inversión son desde hace tiempo piezas relevantes del engranaje económico-empresarial. De hecho, han disfrutado durante años de un glamour que va camino de desvanecerse con apreciable celeridad.

Y es que ahora mismo, unos más otros menos, son víctimas de la crisis que se va extendiendo por la práctica totalidad de economías y sectores desde el verano del 2007, pero ¿cuál ha sido su papel en la gestación de las turbulencias que amenazan con engullir algunos sin aparente remisión?

La especialidad de estas entidades es intervenir en operaciones corporativas, tales que fusiones, adquisiciones y demás, frecuentemente desde el diseño a iniciativa propia, aunque también por encargo de una o varias de las partes finalmente implicadas. Un cometido por el que suelen percibir una retribución, por lo general no precisamente modesta y casi siempre relacionada con el monto global de la transacción.

Su actividad, por tanto, es en principio más provechosa en las fases expansivas del ciclo económico que en momentos como el actual. Pero, más que diseccionar las causas por las que han entrado en riesgo de bancarrota más o menos consumado, cabe fijarse en el papel desempeñado en los periodos de esplendor.

Una de las causas de la actual crisis, aunque no sea la única ni ocurra por primera vez, está en la valoración de activos. Se puede opinar sobre el grado de sobrevaloración de antes de la aparición de los problemas o sobre su eventual infravaloración de estos meses o los próximos, pero lo que está claro es que el valor otorgado se ha desplomado bruscamente en demasiados casos, con la consecuente incertidumbre de si ha tocado suelo la desvalorización o resta descenso por recorrer.

De ahí proviene en gran medida la pérdida de confianza que ha desembocado en las fuertes restricciones al crédito y el presumido o efectivo riesgo de insolvencia de algunas entidades.

Además de otros, uno de los efectos derivados de ese proceso incide de lleno en operaciones corporativas recientes, colocando al borde de la insolvencia o de pleno en ella a las empresas protagonistas. Quizá la mejor muestra de ello sean las dificultades con que se están encontrando importantes inmobiliarias y en eso precisamente radiquen las causas del tratamiento diferencial que está resultando para unas y otras.

Las que peor lo están pasando son las que han participado en movimientos de adquisición, integración o fusión, por lo general financiadas mediante la asunción de créditos teóricamente garantizados por el valor patrimonial resultante y con expectativas de crecimiento sostenido de los precios y la actividad. Y cuando uno y otras han caído bruscamente… a la vista está.

Lo habitual al expurgar la génesis y el desenlace de esas operaciones corporativas ahora constatadas como mínimo imprudentes es centrar la mirada en los gestores y accionistas de control, dado que no en vano correspondió a ellos la decisión. ¿No habría también que fijarse en el papel desempeñado por los especialistas, entre los que figuran destacadamente los bancos de inversión?

La duda que a muchos asalta es: ¿la prioridad de su cometido ha sido el interés de las empresas concernidas o la articulación de un escenario atractivo para consumar su propio negocio? En definitiva: ¿habrán acabado siendo víctimas de una situación que ellos mismos han contribuido a gestar?

Dilucidarlo podría ser cuestión interesante, no tanto para colmar el conocido ansia de identificar culpables en todo y para todo, cuanto para prevenir repeticiones de un fenómeno que, si no idéntico, se parece demasiado una y otra vez. Sabiendo, en todo caso, que esta crisis, como cualquiera de las anteriores, no es consecuencia de un único fenómeno, sino fruto de la conjunción de varios… probablemente con alguno pendiente de identificación.

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