VIENA.- Un joven conservador con grandes ambiciones, un partido ultranacionalista manchado por la corrupción, una socialdemocracia que se desangra de votantes y una formación ecologista que regresa con fuerza son los principales actores de las elecciones anticipadas que Austria celebra mañana, domingo.
El joven es Sebastian Kurz, líder del Partido Popular austríaco (ÖVP), que a sus 33 años ya no es el “niño prodigio” de la política, sino el referente del centroderecha austríaco.
Las encuestas le auguran una victoria este domingo con hasta el 35 % de los votos, 3,5 puntos porcentuales más que en 2017.
De confirmarse el pronóstico, el ÖVP tendría su mejor resultado desde 2006 y Kurz superaría la crisis institucional
que acabó el pasado mayo con su Gobierno y le convirtió, con sólo 525
días en el cargo, en el canciller más breve de Austria desde 1945.
Con la victoria conservadora prácticamente asegurada, la principal
incógnita no es quién quedará segundo, con casi toda seguridad los
socialdemócratas, sino si los ultranacionalistas del FPÖ lograrán suficiente apoyo para abrir la opción de reeditar la coalición que mantuvieron hasta mayo con Kurz.
En principio, los sondeos lo ven viable matemáticamente: el FPÖ podría sacar el 20 %, seis puntos menos que en octubre de 2017.
Una caída moderada si se tiene en cuenta que el partido y su participación en el Gobierno estuvo marcada por escándalos.
Comentarios racistas y antisemitas, especialmente
graves en un partido fundado por neonazis; contactos con el partido del
presidente ruso, Vladimir Putin, que han hecho que muchos servicios
secretos aliados desconfíen de los austríacos; llamamientos a “concentrar” a los inmigrantes, en un país que participó en el Holocausto judío…
Todos esos escándalos no afectaron a la colaboración con Kurz,
que antepuso siempre la estabilidad en la coalición, hasta que en mayo
se filtró un vídeo, rodado antes de las elecciones de 2017, en el que el
jefe del FPÖ y vicecanciller, Heinz-Christian Strache, ofrecía favores
políticos a una empresaria rusa a cambio de dinero.
La oligarca resultó ser una actriz y el vídeo, una encerrona
a un Strache que, sin saber que le estaban grabando, insinuó que daría
obras públicas a dedo y callaría a la prensa crítica si gobernaba.
Strache dimitió, Kurz pidió la renuncia del ministro del Interior del FPÖ, la coalición se rompió y el Parlamento aprobó una moción de censura al Gobierno, en una vertiginosa cadena de acontecimientos.
Pero los problemas del FPÖ no han acabado. Strache está siendo investigado por desfalco
y se han filtrado acusaciones de que él y su esposa, candidata a
diputada en estas elecciones, recibían irregularmente decenas de miles
de euros del partido.
Que la mujer del líder del partido que durante años se ha presentado como el defensor del “ciudadano de a pie”
y crítico con las élites use ropa que cuesta miles de euros puede hacer
más daño al partido que todos los comentarios antisemitas de sus
dirigentes.
El FPÖ ha llegado así al final de la campaña con el temor de que Strache pueda ser arrestado e interrogado, como ya lo han sido su exguardaespaldas y su exsecretaria.
Su sustituto al frente de la formación, Norbert Hofer, está tratando de distanciarse de él, con el partido dividido entre mantenerse o no fiel al exlíder.
El partido ha endurecido sus insultos y ataques racistas en los últimos días de campaña, identificando a los extranjeros con criminales y portadores de enfermedades.
Mientras que el resto de formaciones con opciones de entrar en el
Parlamento (socialdemócratas, liberales y ecologistas) han dejado claro
que no pactarán con el FPÖ, Kurz sigue insistiendo en que, tras las elecciones, dialogará con todos.
Una alternativa a una nueva coalición entre conservadores y ultranacionalistas sería una entre el ÖVP y Los Verdes,
un partido progresista en lo ecológico y social, pero con una base de
votantes burguesa. A ellos podría sumarse el liberal Neos.
Tras quedar fuera del Parlamento en 2017, los ecologistas aspiran ahora regresar con fuerza (hasta el 13 %), impulsados por la creciente preocupación en la sociedad sobre la crisis climática.
Para ello, Kurz tendría que refrenar las duras políticas anti inmigrantes que copió del FPÖ y que explicaron, en gran parte, su victoria de hace dos años.
También debería asumir políticas de protección del clima, como impuestos a los combustibles fósiles, que pueden ser difíciles de aceptar por el electorado conservador.
Otra opción, matemáticamente más improbable y políticamente una total novedad, sería un tripartito con los socialdemócratas a la cabeza, apoyados por Los Verdes y Neos, que podrían llegar al 9 %.
El SPÖ afronta su propio desafío, el de desinflarse
hasta el 22 % de los votos, cinco puntos menos que en 2017 y el peor
resultado desde la fundación de la II República en 1945.
Pamela Rendi-Wagner, la primera mujer en dirigir esta formación,
ha traído aires y ganas nuevas a un partido que pierde votantes
progresistas hacia los ecologistas y votantes de clase obrera hacia el
FPÖ, pero se ha topado con el rechazo de parte de la vieja guardia del
partido.
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