martes, 22 de abril de 2008

Voluntarismo y realidad / Carlos Humanes

La complicada situación que atraviesan en este momento las finanzas internacionales ya se califica sin rubor como “crisis bancaria de pantalón largo”.

De hecho, se trata de la mayor galerna vivida en muchos años por las entidades de depósito en el mundo occidental. Y lo peor es que aún continúa sin conocerse a estas alturas su calado real. Lo único que parece resultar evidente es que los grandes bancos mundiales necesitan cantidades ingentes de ayuda pública para no verse obligados a cerrar sus puertas. Una situación que no ha afectado con tanta virulencia a las entidades de depósitos españolas, aunque quizá no salgan completamente indemnes de la tormenta.

La última iniciativa en la campaña de las autoridades mundiales por salvar al sector financiero es la que acaba de anunciar el Banco de Inglaterra que permitirá a las entidades de aquel país optar en subasta a un contingente de bonos del Estado, por un valor total de 64.000 millones de euros, suceptible de ser canjeado por los activos ‘averiados’ de las entidades. Un poco estimulante epígrafe bajo el que se cobijan las ya famosas ‘hipotecas locas’, por supuesto, pero también otros cuantos productos derivados, menos populares por ahora, de esos que a base de sucesivos encajes y traspasos han convertido en tareas casi imposible la determinación de su verdadero valor actual y del volumen total que suponen.

La iniciativa del Banco de Inglaterra es similar a la que puso en marcha la Reserva Federal de EEUU (FED, por sus siglas en inglés) hace un par de semanas, en este caso con un volumen de bonos del Tesoro a subastar de 126.500 millones de euros también canjeables por activos dudosos. Y, a pesar de ella, y de las ingentes cantidades de dinero que la FED lleva ya inyectadas, los bancos de inversión estadounidenses como Merrill, Wachovia, o el propio Citigroup, que han presentado ya sus últimas cuentas trimestrales siguen cosechando pérdidas.

Conviene no olvidar, además, y es ya un recado recurrente en esta columna, que como resultado de esta crisis Gran Bretaña se ha visto obligada a nacionalizar un banco, el Northern Rock y la FED tuvo que realizar una intervención, con todos los ingredientes clásicos de estos procesos, sobre el Bear Stearns, el quinto mayor banco de negocios estadounidense.

La gran duda surge a la hora de analizar la posible efectividad de estas iniciativas. Las cantidades de dinero inyectadas en las entidades financieras van a servir para mejorar sus condiciones de solvencia, deterioradas por las ‘averías’ de sus fondos propios. Lo que no queda tan claro es que sirva para revitalizar los circuitos financieros.

Una cosa es sanear los balances y otra estar en condiciones de volver a dar crédito. Los bancos que accedan al canje de bonos del Estado por activos dañados, no van a tener fácil la titulización de esta deuda para conseguir recursos con los que reactivar los circuitos crediticios y, por lo tanto, quizá el plan de los bancos centrales se quede más en ejercicio voluntarista que en realidad asequible.


En definitiva, lo que ha sucedido en el mercado no es otra cosa que la volatilización de la confianza. Y, como consecuencia de ello, la casi imposibilidad de proceder como antaño al ‘empaquetado’ de créditos para que se conviertan en subayacentes de productos derivados. Un mecanismo multiplicador del dinero que contribuyó durante muchos años a generar esa sensación de dinero barato y abundante, casi de liquidez infinita que precedió a la crisis y que, finalmente, parece haber conseguido que todo estalle.

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