lunes, 13 de mayo de 2019

La Unión Europea sin el Reino Unido / Iain Begg *

¿Es el Brexit un caso aislado o el principio de un desmantelamiento gradual del proceso de integración europea iniciado poco después del final de la Segunda Guerra Mundial? A pesar de que la conclusión de un artículo publicado en Vanguardia Dossier n.º 55, a finales del 2015, afirmaba que los “jugadores reacios al riesgo harían bien en no apostar en contra de la salida del Reino Unido de la Unión Europea a lo largo del próximo período parlamentario”, el resultado en favor de la salida, cuando se produjo, no dejó por ello de ser un acontecimiento sísmico que llegó muy arriba en la escala Richter. 

Por toda Europa se especuló sobre la posibilidad de que otros países se sentirían tentados de seguir los pasos británicos, y muchos dirigentes de partidos populistas se apresuraron a establecer rápidos paralelismos con sus propias posiciones antieuropeas.

Sin embargo, los dirigentes de la Unión Europea pueden hallar consuelo en la confusión rayana en el caos en la que se encuentra sumida hoy el Reino Unido: una primera ministra derrotada por una mayoría sin precedentes en una votación crucial sobre un importante asunto político, unos partidos políticos profundamente divididos, un posible reajuste constitucional y una reputación de gobernanza madura hecha añicos. 

De modo evidente, el Reino Unido ha dedicado más tiempo a negociar sin éxito consigo mismo que a hacerlo con la UE-27. Por el contrario, la UE-27, a pesar de las diferencias en otros asuntos políticos, ha permanecido sumamente unida en las negociaciones del Brexit. Por lo tanto, resulta tentador interpretar el Brexit como un desastre que otros países no tendrán ningún incentivo para emular.

Hacerlo sería temerario. La experiencia del Brexit, al menos hasta ahora, deja bien patentes el coste, las tensiones y la complejidad de abandonar el club europeo, y no cabe duda de que disuadirá a otros de contemplar salidas similares. 

Por ello, resulta improbable que el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea (que recoge el procedimiento para abandonar la UE) sea invocado de nuevo en un futuro previsible. Ahora bien, el desencanto ante el proyecto de la UE adquiere muchas otras formas y pone en entredicho muchos aspectos del modelo de integración.
 

Entender la decisión del Reino Unido


Cuando David Cameron, entonces primer ministro británico, anunció el 23 de enero del 2013 en el discurso de Bloomberg1 su intención de convocar un referéndum sobre la permanencia del país en la UE, pocos imaginaron que conduciría a lo que hoy se conoce como Brexit. El objetivo de Cameron era táctico: quería detener el crecimiento del sentimiento antieuropeo y el apoyo al populista UKIP, que se estaba comiendo su base electoral.

Dos años más tarde, se sorprendió a sí mismo venciendo por una reducida mayoría absoluta en las elecciones generales del 2015 y, en lugar mantener una coalición de gobierno que había conseguido un éxito relativo, tuvo que cumplir su compromiso de celebrar un referéndum. Incluso en ese momento, las expectativas se inclinaban por una permanencia en el seno de la UE. Al fin y al cabo, el referéndum sobre la independencia de Escocia celebrado en el 2014 había acabado, a pesar de los temores, en una victoria bastante cómoda para el statu quo.

Una consecuencia de las elecciones generales del 2015 fue la sustitución del máximo dirigente del Partido Laborista, donde se convirtió en el ganador por sorpresa Jeremy Corbyn, candidato de la izquierda del partido e inveterado euroescéptico. En realidad, Corbyn sólo tuvo oportunidad de presentarse porque algunos diputados de otras facciones laboristas consideraron que debía existir la suficiente pluralidad entre los candidatos presentados. 

De haber tenido que confiar en sus propios partidarios entre los diputados, Corbyn nunca habría alcanzado el número necesario de respaldos. Sin embargo, su poco entusiasta apoyo a la permanencia durante el referéndum y su continuada ambivalencia acerca de la UE inclinaron la balanza a su favor.

Resulta fácil interpretar lo sucedido como una serie de accidentes y cálculos equivocados por parte de los dirigentes políticos británicos. Sin embargo, el Reino Unido siempre ha sido un socio atípico en la UE, de modo que merece la pena analizar con más profundidad si el país es un caso tan especial que, en realidad, tiene poco valor predictivo en relación con el posible comportamiento de otros.

Llegó tarde a la integración europea, porque evitó formar parte de ella en el momento de su creación, a pesar de participar en 1956 en las conversaciones de Mesina que allanaron el camino para la Comunidad Económica Europea. Sin embargo, a principios de la década de 1960, llegó a la conclusión de que le resultaría más beneficioso estar vinculado al (entonces) creciente mercado continental que a los países de la Commonwealth. 

A diferencia de las motivacio-nes mucho más políticas de otros países comunitarios, ese cálculo transaccional fue crucial (y siguió siéndolo) en el planteamiento británico ante el proyecto europeo. El contraste es manifiesto con el objetivo de los seis países originales de acabar con siglos de guerra, de los países del sur de Europa de consolidar el fin de sus dictaduras y de los países de Europa central y oriental de regresar a Europa tras el azote que supuso la hegemonía soviética. 

El planteamiento transaccional británico también quedó patente en las decisiones de no unirse al euro ni al espacio de libre circulación de Schengen, así como en su insistencia en otras diversas cláusulas de exclusión voluntaria. Además, la mayor integración juzgada necesaria para una gobernanza eficaz de la moneda única también abriría más de una brecha entre el Reino Unido y la zona del euro. En resumen, el país se había ido alejando de la UE.

Más allá del Brexit: otras presiones para la vuelta atrás

Sea cual sea el desenlace del proceso político británico, existe un enfado en muchos países comunitarios y una creciente disposición a poner en entredicho lo que hace la UE y rehuir responsabilidades colectivas. El conocido fenómeno de los estados miembros de culpar a la UE de los fracasos políticos y de atribuirse los éxitos exacerba la imagen negativa del proyecto europeo, al igual que lo hace la propensión que tienen los dirigentes a la táctica de la patada a la lata en lugar de resolver los problemas de una vez por todas. 

El resultado no sólo presenta la UE bajo una perspectiva desagradable, sino que amplía la distancia entre las élites y los ciudadanos corrientes, lo cual debilita el respaldo público en favor de la UE. 

Además del Brexit, lo que ha motivado la búsqueda de una UE revitalizada es el auge del sentimiento euroescéptico y su traducción en nuevas formas de populismo; sobre todo (pero no exclusivamente) en la derecha del espectro político. Los dirigentes de Europa son más conscientes de su alejamiento de las preocupaciones de los ciudadanos, pero se esfuerzan por conectar con ellos. 

La UE, como entidad, ha confiado mucho tiempo en la obtención de resultados para justificar sus acciones y sus posturas políticas más que en la legitimidad directa emanada de un mandato popular. Como también el Brexit, tres ejemplos actuales ilustran los dilemas.

La disputa entre Italia y la Comisión Europea por los planes presupuestarios del Gobierno italiano para el 2019 ejemplifica una tendencia general a resistirse una gobernanza económica basada en normas y a plantear al tiempo interrogantes acerca del modelo económico que subyace a las disposiciones del Tratado sobre el euro. 

Las normas fiscales aprobadas para la eurozona son una forma limitada de unión fiscal, orientada a evitar los problemas derivados de la propagación de la indisciplina fiscal de un Estado miembro con efectos adversos sobre los demás. 

Aunque hay un poderoso componente de grandilocuencia política interna en el modo en que el viceprimer ministro Salvini en particular ha utilizado el episodio, no por ello deja de existir la cuestión más profunda (y que no recibe una respuesta adecuada) de las reformas oportunas que son necesarias para mejorar la gobernanza del euro.

De modo similar, el rechazo por parte de Hungría de la obligación de aceptar una cuota de refugiados, una política acordada tras un voto por mayoría cualificada, arroja dudas acerca de si las decisiones tomadas de ese modo pueden utilizarse en circunstancias en las que un Estado miembro se opone férreamente a la política pactada. 

La postura de Hungría quizá sea contraria al espíritu de integración porque rechaza el reparto de la carga; sin embargo, refleja al menos en parte una opinión arraigada de ese país, del mismo modo que la opinión pública alemana es hostil a compartir la carga de la deuda de otros países.

El choque entre Bruselas y Varsovia sobre la independencia del poder judicial desafía las normas comunitarias y es observado con mucha atención por otros países que pueden estar tentados de alejarse de esas normas; pero también puede percibirse como una limitación de la autonomía política de un Gobierno democráticamente elegido. Pueda que Polonia quiera hacer cosas que Bruselas no aprueba, pero ¿cuál es el límite del poder de la UE para influir sobre lo que ocurre en el interior de los estados miembros?

De modo más general, la UE se encuentra ahora buscando una redefinición de su modelo. El Libro blanco sobre el futuro de Europa, (2) publicado por la Comisión en marzo del 2017 y basado en la materialización del Brexit, planteó cinco escenarios que van desde el mantenimiento del statu quo, pasando por el freno de la integración, hasta un importante salto hacia una UE más abiertamente federal. 

Según una evolución interesante, un escenario era la integración diferenciada en la que sólo se integrarían más algunos estados miembros, un enfoque más tarde abrazado por el presidente francés Macron en su discurso pronunciado en la Sorbona en el 2017; pero ante el cual se mostró renuente el presidente de la Comisión Europea Juncker, poco dispuesto a alejarse del sistema tradicional según el cual se espera que todos los países sigan la misma senda de integración.

Desde entonces, el debate apenas ha avanzado. Francia y Alemania hicieron pública en junio del 2018 su declaración de Meseberg, (3) en la que se señalan formas de ampliar la cooperación en una serie de ámbitos; mientras que la firma del tratado de Aquisgrán 2, el 22 de enero del 2019, puede interpretarse como un intento de dar un nuevo impulso al liderazgo de la pareja francoalemana en la conformación de la integración europea. 

Otra hoja de ruta fue la que proporcionó en julio del 2018 la declaración de Madrid hecha pública por Emmanuel Macron y Pedro Sánchez.(4) Desde el referéndum británico del 2016, ha habido también encuentros ocasionales de los jefes de Estado y de Gobierno (sin participación británica) orientados a desarrollar planes para la evolución de la Unión.

¿Un camino hacia delante?

Todo ello suscita la pregunta de si los dirigentes de Europa son capaces o no de encontrar formas de responder al desencanto de los ciudadanos y de redefinir el proyecto europeo con el fin de contrarrestar la deriva hacia una Europa más fragmentada y menos homogénea. Un nuevo encuentro tendrá lugar este año en el día de Europa (el 9 de mayo) en Sibiu (Rumanía), poco antes de las próximas elecciones al Parlamento Europeo. Partiendo de medidas e iniciativas anteriores, pretende “marcar la culminación de ese proceso por medio de un compromiso renovado con una UE capaz de solucionar los problemas que realmente importan a las personas”. 

El inconveniente de las hojas de ruta, las declaraciones y demás anuncios es que suenan bien, pero que demasiado a menudo carecen de sustancia real. De todos modos, podrían abrirse tres puertas: Europa como defensora de los valores liberales; un enfoque nuevo a la gobernanza política de la eurozona; y la política social, donde ya se ha establecido una base a través del “pilar europeo de derechos humanos” adoptado formalmente en la cumbre de Göteborg en el 2017.

Con un orden económico internacional liberal bajo la amenaza de las políticas y –a menudo, de un modo igualmente importante– las actitudes adoptadas por Donald Trump, existe para Europa la oportunidad de encabezar en términos globales la reafirmación de la importancia de la acción para combatir el cambio climático y preservar los compromisos con un sistema de comercio abierto. 

Como se ha presentado en una publicación reciente del Centro Europeo de Estrategia Política de la Comisión Europea, (5) Europa trabaja para combatir el proteccionismo, garantizar el respeto de los derechos de los ciudadanos (incluidos los derechos relacionados con la economía digital) y enfatizar que la cooperación internacional no es un juego de suma cero. Se trata de un mensaje sobre el que merece la pena hacer hincapié.

Si bien esos objetivos internacionales reflejan los valores europeos y tienen más posibilidades de alcanzarse porque la UE es capaz de agregar los esfuerzos de los estados miembros para conseguir más de lo que podrían individualmente, un proyecto europeo convincente también necesita un énfasis renovado en la gobernanza efectiva a la hora de proporcionar beneficios. 

A pesar de las muchas reformas emprendidas para fortalecer el marco político del euro, el mediocre crecimiento y los elevados niveles de desempleo en algunos países son las pruebas más visibles de que las reformas todavía tienen que conseguir mejoras. No escasean los planes y las iniciativas orientadas a completar el marco político de la unión económica y monetaria; ahora bien, ya sea en relación con la unión bancaria, el establecimiento de nuevos mecanismos fiscales u otros ámbitos de política económica, la UE se ha quedado sistemáticamente corta a la hora de concluir la tarea.

Por ejemplo, ha habido un gran debate acerca de reforzar el margen para hacer frente a las perturbaciones macroeconómicas creando una capacidad fiscal adicional que complemente el muy limitado presupuesto europeo. Sin embargo, ha resultado difícil coincidir en nuevos mecanismos en una escala lo bastante grande para que los resultados sean tangibles. 

Un enfoque favorecido por muchos analistas es alguna forma de seguro de desempleo europeo; pero, a pesar del respaldo de varios políticos importantes y de estudios que demuestran que podría contribuir a alcanzar la estabilidad macroeconómica y tener una repercusión directa en quienes se enfrentan al desempleo, los dirigentes de Europa han sido incapaces de ponerse de acuerdo acerca de él. 

Como ocurre muy a menudo, las objeciones se refieren a quién soporta la carga y a los temores del riesgo moral de que, si existe un nuevo mecanismo, los países estarán tentados de eludir la responsabilidad para resolver problemas. Existen ciertamente riesgos, pero como ha observado el antiguo ministro de Economía italiano Pier Carlo Padoan, “lejos de ser un camino de salida para los países que no están acelerando las reformas, el reparto de riesgos podría ser una fuerza motriz de las reformas”. 

Si se concibe de modo inteligente, semejante instrumento podría, de acuerdo con el razonamiento de Padoan, contribuir a un mejor comportamiento económico a largo plazo y ser, al mismo tiempo, un símbolo de la solidaridad comunitaria hacia quienes se ven negativamente afectados por la globalización y los años de crisis.

La Europa social quizá sea un concepto elusivo, pero también hay entre los europeos un amplio entendimiento de cuáles son sus rasgos distintivos: un Estado del bienestar protector, la regulación del mercado laboral, una acción pública concertada para limitar la pobreza y un énfasis en la inclusión. Las presiones presupuestarias han dificultado claramente que los gobiernos de muchos países promuevan un programa social. 

No obstante, en los años posteriores a la crisis, ha habido grandes debates sobre nuevas iniciativas para que Europa sea más social, sobre todo, transformando en acciones los principios del pilar de derechos sociales. La retórica resulta impresionante, pero ya se han visto las habituales evasivas ante la adopción de medidas con una repercusión real sobre los ciudadanos. 

De modo más general, la forma de manejar los desafíos de los refugiados y los inmigrantes económicos ha ejemplificado una doble paradoja presente en el núcleo de la integración europea. 

En primer lugar, los europeos buscan en la Unión Europea soluciones a problemas de difícil solución (en especial, aquellos que tienen repercusiones transfronterizas); sin embargo, existe también una sistemática resistencia a proporcionar las competencias y los recursos necesarios para alcanzar una respuesta efectiva. 

En segundo lugar, aun cuando se puede organizar una respuesta conjunta (de modo típico, tras ásperas negociaciones), la puesta en práctica se ve a menudo desatendida u obstruida por los estados miembros.

Conclusiones

La combinación de la confusión que rodea en el Reino Unido todo lo relacionado con el Brexit, la especificidad del enfoque británico a la asociación con otros países europeos y la constatación política de que la UE necesita volver a pensar su modelo de integración hace que resulte improbable que la salida del Reino Unido dé lugar a un desmantelamiento del proyecto europeo. 

Quizá el mejor resumen del razonamiento sea la concisa respuesta de un alto funcionario neerlandés cuando se le pidió que comentara las insinuaciones de que los Países Bajos podrían seguir la senda británica. Tras pensarlo apenas un segundo, contestó: “Nuestra estupidez tiene un límite”.

Del mismo modo, los dirigentes de Europa deben prestar atención a las señales de alarma procedentes de todas partes que indican que el statu quo no es una opción. La UE no se puede permitir quedarse quieta y debe hacer frente a muchas decisiones difíciles sobre cómo debe evolucionar en los próximos años. 

La renovación de las instituciones de Europa que se llevará a cabo en el 2019 ofrece una oportunidad de volver a pensar el núcleo del proyecto europeo. Las élites que dominaron la construcción del proyecto comunitario tienen mucho de lo que enorgullecerse, pero necesi-tan nuevas respuestas para contrarrestar los mensajes que surgen del Brexit. 


(*) Investigador y miembro del European Institute, en la London School of Economics and Political Science

Notas

1. David Cameron, “EU Speech at Bloomberg”, 23/I/2013. Disponible en www.gov.uk/government/speeches/eu-speech-at-bloomberg.
2. Comisión Europea, Libro blanco sobre el futuro de Europa, Bruselas,2017. Disponible en https://ec.europa.eu/commission/sites/beta-political/files/libro_blanco_sobre_el_futuro_de_europa_es.pdf.
3. Angela Merkel y Emmanuel Macron, “Meseberg Declaration”, comunicado de prensa, 19/VI/2018. Disponible en https://uk.diplo.de/uk-en/-/2109214.
4. Presidencia del Gobierno de España, “Declaración de Madrid”, 26/VII/2018. Disponible en www.lamoncloa.gob.es/presidente/actividades/Documents/2018/Declaración%20de%20Madrid%20sobre%20la%20reforma%20del%20área%20euro.pdf.
5. European Political Strategy Centre, Strong Europe, Better World, 22/I/2019. Disponible en https://ec.europa.eu/epsc/sites/epsc/files/epsc_strong-europe-better-world.pdf.

No hay comentarios:

Publicar un comentario