WASHINGTON.- En
el último año, EE.UU. y China han estado enfrascados en una guerra
comercial de amplio espectro. A simple vista, la disputa está
relacionada con violaciones a la propiedad intelectual, transferencias
tecnológicas forzadas y demás prácticas injustas. Sin embargo, este
enfrentamiento es en realidad un síntoma de una confrontación
estratégica mucho más amplia, una confrontación en la que el presidente
chino, Xi Jinping, busca una "victoria decisiva".
Con
la ayuda de la tecnología, China se está lanzando en un nuevo tipo de
estrategia geopolítica. Tal como lo explicó la Academia China de las
Ciencias, el objetivo es construir un "sistema de información ubicuo y
universal". De esta manera China pretende respaldar a sus campeones
nacionales, aumentar la confianza mundial en la tecnología china y
erosionar las ventajas estratégicas de EE.UU. También desea ganar
control sobre el intercambio global de datos e información,
influenciando así el avance de sus intereses. América y sus aliados
deben reconocer esta amenaza y prepararse para responder vigorosamente.
El
gobierno de China ha controlado su sector comercial por mucho tiempo.
Las compañías estatales dominan muchas industrias y hasta las empresas
aparentemente privadas deben priorizar los intereses del Estado. Los
negocios favoritos reciben apoyo del gobierno para que puedan ejecutar
pruebas. Pekín implementa políticas proteccionistas en áreas de la
economía que supuestamente son valiosas a nivel estratégico.
Cada
vez más estas "áreas" son sinónimo de tecnología. Por ejemplo, la
famosa iniciativa "Made in China 2025" resalta la necesidad de promover
compañías chinas especializadas en campos de alta tecnología como
robótica, aeroespacial y tecnología de la información, con el ánimo de
competir con los gigantes tecnológicos occidentales. Las subvenciones y
las medidas de proteccionismo que soportan el plan son un punto
principal de disputa con EE.UU.
No
obstante, las ambiciones de China son mucho más grandes. A largo plazo
busca una ventaja universal en lo que considera una carrera de suma cero
por el dominio tecnológico. Su estrategia para lograr este objetivo se
compone de dos partes.
Por
un lado, China está importando ideas e innovación del exterior. Algunas
veces esto significa apropiarse abiertamente de secretos tecnológicos y
comerciales. Otras veces todo es más sutil. Por ejemplo, los campeones
de China han construido centros corporativos de desarrollo e
investigación en Silicon Valley en aras de recolectar descubrimientos en
áreas como computación en la nube, aprendizaje profundo y autos que se
conducen solos. La cantidad de conocimiento de bajo costo que estos
centros recopilan ha sido esencial en la creación de la industria
tecnológica nacional de China.
Por
otro lado, China está utilizando las tecnologías que exporta para
recolectar datos del exterior. Alipay, el medio de pago por móvil de
Alibaba, está rescatando grandes cantidades de datos transaccionales a
medida que se expande globalmente. Mobike y Ofo quieren dominar los
mercados exteriores de alquiler de bicicletas en donde se encuentran
muchos datos.
Los sistemas de vigilancia chinos son omnipresentes en
África y las empresas y los aficionados del mundo vuelan drones DJI,
aunque puedan estar enviando información sensible a casa (DJI lo niega y
afirma que los usuarios tienen control total sobre la información que
comparten o no a través de sus drones). Pronto su celular podría
conectarse a una red 5G China y sus aplicaciones de estado físico
podrían estar enviando información a Pekín.
Sin
embargo, la recopilación de datos es solamente el inicio. China quiere
enlazar todos estos sistemas en lo que Xi llama la "estrategia del gran
poder de la red". La idea es convertir la tecnología china en la base
del flujo global informativo y transaccional, y así expandir el
apalancamiento, la influencia y el poder del Partido Comunista de China
en todo el mundo. Como lo indicó la Academia de las Ciencias, China
espera primero usar esta red para realizar "experimentos y análisis
sociales", luego para "pronosticar, desarrollar y controlar sucesos
reales". Podemos considerar que es un sistema operativo global con
ambiciones geopolíticas.
Los
demás países saben que necesitan contraatacar esta amenaza potencial.
Algunos están contemplando prohibir compañías tecnológicas chinas como
Huawei y ZTE.
El año pasado, EE.UU. impidió que Ant Financial se
fusionara con MoneyGram, una unión que le habría permitido tener acceso
al mercado de pagos de EE.UU. que contiene un sinfín de datos. Pero
vemos una asimetría: mientras que el enfoque de China ha sido deliberado
y estratégico, la respuesta occidental ha sido desarticulada y
reactiva.
EE.UU.
y sus aliados deben responder de manera más amplia. En primer lugar,
deberían desarrollar protocolos de monitoreo de inversiones para
proteger campos críticos. Estos protocolos se deben basar en los mismos
principios que otros mecanismos de control de exportaciones, como el
Arreglo de Wassenaar, pero con un espectro lo suficientemente amplio
para estar a la par de las ambiciones de China.
Por ejemplo, podrían
analizar participaciones limitadas en fondos ubicados en EE.UU., al
igual que inversiones directas en compañías en operación. Los acuerdos
de libre comercio podrían institucionalizar dicho sistema al incorporar
definiciones comunes para transacciones cubiertas y recompensar a los
aliados y socios que se resistan a los intentos de coerción de China.
Una disposición del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
renegociado por el presidente Donald Trump es una buena plantilla:
desalienta a los participantes de firmar acuerdos con países sin
economía de mercado.
China
puede asegurar ventajas inherentes en esta competencia, a saber el
alcance y la escala. Una coordinación entre los aliados y socios de
EE.UU. -cada uno con sus propios intereses y vulnerabilidades- no será
fácil. Pero ahora es más indispensable que nunca cooperar para
restringir las ambiciones de China y proteger la libre competencia y la
apertura de las redes.
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