DUBLÍN.- El
día después de que el ex primer ministro británico, David Cameron,
revelara su plan para un referéndum de brexit en enero de 2013, se llevó
a su homólogo irlandés Enda Kenny a una sala VIP en Davos.
Cameron
le dijo a Kenny que tenía que celebrar la votación, según una de las
personas que estaban con ellos. Pero no había razón para preocuparse,
todo estaría bien.
El
intercambio sugiere que Cameron, independientemente de cualquier otro
error que pudiera haber cometido, al menos se dio cuenta de las
dificultades que el brexit le traería al vecino más cercano de Gran
Bretaña. Pero esa conciencia se perdió cuando el sorpresivo resultado
del referéndum consumió al establishment británico.
A
medida que las conversaciones se desarrollaban durante los dos años y
medio siguientes, el asunto de Irlanda daría forma a las negociaciones,
pondría al descubierto los defectos de la retórica del brexit sobre el
"control" y, en última instancia, pondría en peligro todo el proyecto.
Esta semana, la sucesora de Cameron, Theresa May, suplicaba a los
líderes de la UE que le tiraran un salvavidas para salir del punto
muerto creado por la frontera irlandesa.
Este
relato de cómo la cuestión irlandesa llegó a dominar todo el proyecto
brexit se basa en conversaciones con cinco funcionarios, pasados y
presentes, en Dublín y Londres. Pidieron que no se les identificara
detallando sus discusiones privadas.
Después
de que el Reino Unido abandone la Unión Europea, una línea de 310
millas (unos 498 kilómetros) que va desde cerca de Derry en el norte
hasta Dundalk en el sur formará la única frontera terrestre del bloque
con Gran Bretaña. Este es un legado de la partición de Irlanda en 1921
después de la Guerra de la Independencia contra los británicos.
Los
controles a lo largo de la frontera se desvanecieron en gran medida en
la década de 1990, cuando las dos economías se unieron al mercado único
europeo y el acuerdo del Viernes Santo consolidó una paz incómoda en una
región devastada por la violencia sectaria.
A
medida que el drama del brexit aumentaba la posibilidad de que los
puntos de control fronterizo volvieran, Kenny pudo ver cómo todos estos
avances se ponían en riesgo.
Cuando
llegó el resultado del referéndum, Kenny y su equipo ya habían
preparado un mensaje para sus aliados europeos: para ustedes, puede que
esto se trate del acceso al mercado, pero para nosotros, se trata de la
paz.
Un segundo factor tácito también estaba en juego en Bruselas.
Irlanda
del Norte era un lugar donde las "fantasías" del brexit chocaban con la
realidad, según un antiguo asesor. Para aquellos que buscaban ilustrar
las dificultades inherentes al proyecto brexit en general, era el
vehículo perfecto.
Los irlandeses encontraron que sería muy fácil lograr sus objetivos.
Aunque
los detalles del conflicto se estaban desvaneciendo, muchos líderes de
la UE todavía recordaban las atrocidades –especialmente cuando se lo
recordaban los diplomáticos irlandeses– y los temores de un retorno de
la violencia eran reales. Michel Barnier, el principal negociador de la
UE, fue especialmente receptivo: había trabajado en el proceso de paz
como comisario de la UE hace casi 20 años.
Los
británicos, que apenas habían considerado el tema, parecían no estar
preparados. Para agravar sus problemas, Cameron había ordenado a sus
funcionarios que no planearan una posible salida antes del referéndum
para evitar dar argumentos a la campaña para salir de la UE.
Para
cuando Theresa May asumió el cargo en julio de 2016, los irlandeses ya
habían empezado a acotar el tema de la frontera y la UE estaba decidida a
no permitir que nada pusiera en peligro la paz.
Cuando
May viajó a Dublín seis meses más tarde, Kenny utilizó su ventaja y
consiguió que May se comprometiera a evitar un regreso a las "fronteras
del pasado".
Los irlandeses sospechaban que May todavía no se daba cuenta de la importancia de la concesión que acababa de hacer.
En
abril de 2017, la Comisión hizo de la frontera irlandesa uno de los
tres temas clave que necesitaban un "progreso suficiente" antes de
discutir su futura relación comercial con el Reino Unido.
Los
británicos no podían creer lo que estaba pasando, dijo un funcionario
irlandés involucrado. Se habían distraído de lo importante.
Para
cuando Varadkar sucedió a Kenny en junio, el modelo ya estaba
establecido a pesar de que el telón de fondo había cambiado
drásticamente.
En
una sorpresiva elección en el Reino Unido, las pérdidas de los
conservadores le costaron a May su mayoría y, en un cruel giro, la
dejaron dependiente del Partido Unionista Democrático (DUP por su sigla
en inglés) de Irlanda del Norte.
En
la política británica, a nadie le importan los detalles del control
británico en Irlanda del Norte como a los partidos unionistas del
territorio. Mientras que el DUP está a favor del brexit, permanecer como
parte integral del Reino Unido es su razón de ser y se opone a
cualquier cosa que sugiera una separación.
La
narrativa se endureció en el Reino Unido, provocando inevitablemente
una reacción en Dublín. Algunos del lado irlandés pensaron que los
británicos sólo estaban hablando de la boca para afuera sobre la
importancia de mantener la frontera abierta.
Una
frase en particular les pareció inaceptable. May y sus ministros se
aferraron a la frase de que su objetivo era mantener la frontera lo más
"libre de fricciones posible".
Los irlandeses lo interpretaron como: haremos todo lo posible por ustedes, pero...
No
fue suficiente. Irlanda y la UE exigieron garantías escritas de que la
frontera no volvería. En diciembre de 2017, May asumió ese compromiso.
Luchando
por un plan alternativo para cumplir sus promesas, incluso si las
negociaciones comerciales fracasaban, May llegó a un acuerdo que no
satisface a casi nadie de las facciones nacionales.
Ella
sostiene que consiguió importantes concesiones. Pero los partidarios
del brexit lo detestan porque los vínculos con la unión aduanera de la
UE limitan su libertad para hacer acuerdos comerciales. El DUP lo
rechaza porque puede crear barreras internas en el Reino Unido.
Pero Irlanda está al borde de un triunfo diplomático, si May puede de alguna manera conseguir que su plan cruce la línea.
Incluso si fracasa, el caos resultante podría conducir a una salida aún más suave que también le vendría bien a los irlandeses.
El
riesgo, sin embargo, es que los partidarios de la línea dura en el
Reino Unido puedan aprovechar la debilidad de la primera ministra para
diseñar un brexit sin acuerdo. En ese escenario, los irlandeses estarían
entre los más afectados por las consecuencias económicas. Y los
funcionarios de Dublín sabrían que fueron sus demandas sobre la frontera
las que frustraron el acuerdo.
Algunos
en el lado irlandés todavía temen que hayan presionado demasiado a los
británicos. Un funcionario lo dijo así: "Esto resultará ser un increíble
triunfo diplomático de Irlanda. O un error estratégico".
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