PARÍS.- Donald
Trump está disfrutando las luchas de Emmanuel Macron contra las
Chaquetas Amarillas. En un tuit esta semana, dijo que el presidente de
Francia le había dado la razón respecto de su escepticismo sobre el
acuerdo de París sobre cambio climático y el costo de combatir el
calentamiento global.
El
multimillonario presidente de Estados Unidos debería ser menos
presumido. Lo que comenzó como un aullido de ira por los impuestos sobre
el combustible se está transformando rápidamente en un movimiento más
amplio para que los ricos paguen su justa parte de los impuestos en
general.
Las mismas fuerzas que ahora están presionando a Macron para
que revierta sus franquicias tributarias a los ricos, a lo que él se
resiste, fácilmente podrían echar raíces en el EE.UU. de Trump o en el
Reino Unido bajo el brexit. Justificadamente si la desigualdad sirve de
guía.
El
apoyo a más impuestos sobre los ricos está creciendo, y no solo en
Francia, que es una de las pocas economías desarrolladas que todavía
tienen un impuesto a la riqueza.
Según encuestas recientes, tres cuartos
de los estadounidenses están a favor de impuestos más altos para los
ricos, al igual que los británicos. Como han demostrado las Chaquetas
Amarillas, este impulso por un contrato social más justo va más allá de
la izquierda política. La idea de gravar impuestos sobre el capital y
sobre los ingresos de los que más ganan se está volviendo más aceptable,
según un documento de 2017 del Centro para el Crecimiento Equitativo en
Washington basado en encuestas de EE.UU. Esto es algo nuevo.
El
documento descubrió que las actitudes de los estadounidenses se
inclinan hacia un impuesto a la riqueza de alrededor del 1 por ciento,
similar al llamado del académico francés Thomas Piketty de un impuesto
del 1 o 2 por ciento a la riqueza mundial.
Piketty ha criticado la
apuesta de Macron de aliviar la carga de sus compatriotas más ricos,
pero también reconoce que las demandas de una distribución más justa son
un fenómeno global y deben abordarse como tales. Si ese es el caso, no
solo los políticos franceses deberían preocuparse. Las reformas fiscales
de Trump han hecho poco por los trabajadores estadounidenses.
De
hecho, EE.UU. experimentó el aumento más notable en la desigualdad de
ingresos en el mundo desarrollado en los últimos 35 años, según los
datos de la OCDE, donde el 1 por ciento superior recibe alrededor de una
cuarta parte de la paga. Esta cifra era de menos del 10 por ciento en
1980.
Durante el mismo período de tiempo, los más ricos del Reino Unido
vieron aumentar su participación en los ingresos alrededor de 10 puntos
porcentuales a casi el 15 por ciento. La misma medida en Francia apenas
se ha movido de menos del 10 por ciento.
La
desigualdad de la riqueza es más difícil de medir, pero se ha reducido
en Francia desde la década de 2000, mientras que aumenta rápidamente en
EE.UU., según la OCDE. El 1 por ciento superior de los estadounidenses
ricos ahora tiene alrededor del 40 por ciento de la riqueza neta del
país.
Lo
difícil de abordar esto es asegurarse de que los impuestos a la riqueza
no se conviertan en una expresión de la "política de la envidia".
Necesitamos incentivos para crear riqueza. Pero también debemos darles
un uso productivo, en lugar de acumular activos en el supuesto de que
aumentarán de valor.
Si poseo un terreno o propiedad que no se utiliza y
no genera ingresos, un impuesto a la riqueza del 1 por ciento podría
animarme a usarlo para generar rendimientos por encima de este nivel, o
venderlo a alguien que lo haga.
Esto,
en su defensa, es lo que Macron ha tratado de hacer. El antiguo
impuesto a la riqueza de Francia generó más ingresos, pero hubo
innumerables exenciones, exclusiones y reducciones. También actuó como
un incentivo para que las personas llevaran sus activos al extranjero.
Al reducir el impuesto solo a la propiedad, Macron se ha limitado a las
cosas que no se pueden sacar del país de la misma manera que las
carteras de acciones y bonos y otras inversiones. Eso es un estímulo
para que los individuos adinerados consideren la posibilidad de
repatriarse a Francia, una consideración seria al tiempo que París trata
de aprovechar la ventaja que dejarán las heridas del brexit en Londres.
A
pesar de lo torpe que han sido las reformas fiscales de Macron, es poco
probable que se deban a que repentinamente aceptó una economía de bajos
impuestos o se haya convertido repentinamente a la economía del
"goteo". Francia sigue siendo un país con altos impuestos, que realiza
un gran gasto público y que es un gran redistribuidor.
Macron
podría terminar siendo el último residente del Palacio del Elíseo que
no logra reducir los impuestos sobre la riqueza de su país. Pero
mientras que en el pasado esto podría haber sido visto como algo
peculiarmente francés, esta vez las implicaciones son globales.
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