El nuevo presidente argentino, Mauricio Macri, apenas lleva seis
meses en el cargo. En tan corto período de tiempo, ya ha sido capaz de
poner en funcionamiento reformas económicas de gran calado. Gracias a
ellas, la nefasta herencia de los largos años de kichnerismo ha sido
desmantelada en aspectos esenciales.
El gigantesco impago soberano de 2001 excluyó a Argentina del acceso
al crédito internacional. A finales del pasado febrero, el nuevo
gobierno logró un acuerdo con los acreedores que habían llevado su
demanda ante la justicia norteamericana. Como contrapartida, los
mercados financieros internacionales vuelven a estar abiertos para las
emisiones argentinas.
Otra política equivocada de Cristina Fernández de Kichner consistió
en mantener el peso artificialmente sobrevalorado, con la ayuda de
controles de capital que dificultaban la compra de dólares a la
población. Esto lastraba las exportaciones, una de las bases
tradicionales de la economía argentina, al encarecerlas en moneda
extranjera. Así mismo, dio lugar a la existencia de un mercado negro de
divisas, en el que el dólar se cotizaba un 50% más caro que al tipo
oficial.
Una de las primeras medidas de Macri, recién iniciado su
mandato, fue permitir que el mercado de divisas estableciese libremente
el verdadero valor del peso, dejándolo en un régimen de tipo de cambio
flotante. Un par de días antes, también había eliminado (o reducido
considerablemente) los impuestos que gravaban la exportación de los
principales productos agrarios argentinos (como la carne de vacuno o los
cereales).
Los subsidios a la electricidad, el agua, el gas y el transporte, que disparaban el déficit público hasta cifras insostenibles (5.8% del PIB en 2015) se han recortado, a su vez. El déficit lo financiaba el Banco Central mediante la emisión de moneda, disparando así la inflación, que al final del mandato anterior estaba cerca del 30%. Es difícil, sin embargo, saber la extensión de éste y otros problemas económicos argentinos con precisión, pues ni siquiera las estadísticas se salvaron del kichnerismo. Como la realidad se resistía a amoldarse a sus consignas, los profesionales cualificados e independientes que las elaboraban fueron siendo cesados, hasta el punto de que el FMI se negó de aceptar como válidas las cifras oficiales argentinas. Otro lastre que el nuevo gobierno está intentando solucionar.
A largo plazo, este conjunto de reformas profundas y rápidas van, sin
duda, en la dirección correcta. La nueva política económica hará
posible la vuelta de la inversión extranjera a Argentina, sin la que no
puede hoy ni siquiera sacar partido de sus abundantes recursos
energéticos. A corto plazo, sin embargo, pueden provocar graves
tensiones sociales. La fuerte depreciación experimentada por el peso
desde que se suprimieron los controles, del orden del 40%, encarece las
importaciones y está agravando temporalmente (junto a la retirada de los
subsidios) la inflación.
El Banco Central se ha visto obligado a subir
el tipo de interés, para sostener el tipo de cambio y combatir el alza
de precios. Con el fin de no perder poder adquisitivo, los sindicatos
exigen fuertes subidas salariales, que pueden reforzar la espiral
inflacionista. Mientras tanto, cada vez más miembros de la ya debilitada
clase media argentina van cayendo por debajo de la línea de la pobreza.
Son, por ello, precisas medidas de acompañamiento que suavicen
socialmente el impacto inicial de las reformas aplicadas. En caso
contrario, se corre el riesgo de que el proyecto reformista naufrague
antes de llegar a puerto. Incuso pensando a largo plazo, el mayor tamaño
de la tarta (en forma de crecimiento del PIB), no garantizará por sí
solo que la porción de todos los grupos sociales sea mayor. Para
lograrlo, se precisarán políticas redistributivas, que compensen a los
grupos perdedores con parte de los beneficios de los ganadores. Como el
acceso al crédito permite financiar el déficit público sin necesidad de
monetizarlo, existe mayor margen para reducirlo paulatinamente sin
necesidad de ajustes bruscos.
Por desgracia, el entorno internacional dificulta gravemente la tarea
de reequilibrio de la economía argentina. El gigante vecino y principal
socio comercial, Brasil, atraviesa una profunda crisis y está sumido en
la recesión.
En conjunto, Macri está haciendo un buen trabajo al terminar con la
mezcla de populismo y aislamiento que caracterizaron las políticas
económicas de su predecesora. Era imprescindible dar por concluido un
modelo fallido, que había conducido al país a un callejón sin salida. A
largo plazo, el tiempo terminará dándole la razón. La duda es si logrará
seguir políticamente vivo hasta entonces.
(*) Catedrático de Economía Aplicada, Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario