viernes, 22 de julio de 2011

Una Unión con débiles cimientos / Ángel Tomás Martín *

Desde que se firmó el Tratado de Roma en 1957, punto de partida de la actual Europa Comunitaria, han transcurrido 54 años sin que el viejo continente europeo, origen de los sistemas democráticos más sólidos, haya conseguido una verdadera unidad que ya debería estar consolidada, integrada realmente, y dotada de la fortaleza económica capaz de protagonizar una misión decisiva en el concierto económico mundial, y de soportar y resolver, en el menor tiempo posible, las crisis generalizadas que la historia ha demostrado inevitables. 
 
Solo con una Unión Económica, política y monetaria será posible una Europa dominante y dotada para hacer frente, no solo a futuras crisis, sino a la hoy inevitable y en muchos casos nefasta influencia de los «mercados financieros». 
 
La creación de una moneda única ha sido de vital importancia, pero ha quedado demostrada su total insuficiencia. Unos Estados miembros con poderes políticos de filosofías contradictorias, llegando en la mayoría de los casos a trabajar solo para la destrucción de su adversario, olvidando cumplir los programas para los que fueron elegidos, una unión de Estados con políticas contradictorias, hacen inviable un «plan económico común», coherente y enérgicamente controlado en todo momento, construido para el crecimiento de la «Unión» y que contemple los distintos niveles económicos de todos los miembros.
 
Las individualidades y los protagonismos egoístas, y la ausencia de colectivismo no nos sacarán con rapidez de las crisis, ni de los continuos rescates a que Bruselas se ve obligada con algunos Estados que no supieron gobernarse ni administrarse. Podemos estar seguros de que rescates para hacer frente a endeudamientos insostenibles, junto a recortes necesarios en los capítulos de gastos y sin medidas estructurales para el crecimiento que permita la amortización de la deuda y sus intereses a sus vencimientos, sólo llevan a más déficit, más prima de riesgo y al posible contagio a otros miembros de la Unión, incluso dañando la economía Comunitaria. 
 
Los primeros síntomas de la actual crisis se dejaron sentir en agosto del año 2007. Eran evidentes en el 2008, pero se negaba su existencia. Los políticos temían difundirlo por temor a generalizar el pánico, y más tarde afirmaban que, viniendo de fuera el contagio, ellos nos sacarían. Pero lo cierto e inevitable era que una gigantesca actividad inmobiliaria, cuyo exceso estaba bien a la vista, no se supo contener a tiempo y ha devenido en la triste situación en la que nos encontramos. La construcción absorbió ingentes cantidades financieras, que obligó a los agentes económicos a endeudarse por una mala gestión del riesgo, incluso con carácter internacional, cuyo resultado ha sido un desequilibrio generalizado, sin duda previsible. 
 
Tamaño disparate, alargado en el tiempo y sin la adopción de las medidas idóneas, han conducido al borde del colapso, agravado por el encarecimiento de las materias primas, ante la necesidad que impone la refinanciación de los vencimientos del endeudamiento, público y privado. 
 
Primero necesitaron rescate Irlanda, Portugal y Grecia, cuyas economías están originando un preocupante contagio, y el también alto endeudamiento de España e Italia, ha empezado a preocupar seriamente a la Unión Europea. Los mercados implacables y sin control, obligan a pagar los intereses de la deuda soberana a tipos financieramente insoportables, otro factor añadido que preocupa ante una posible paralización económica generalizada. 
 
La necesidad de proteger al euro ante un futuro incierto que pudiera provocar un no deseado desequilibrio monetario, y el desastre que sobrevendría para cualquier miembro de la Unión al que se obligara a su separación de la moneda única, viene confirmado por las declaraciones que Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, ha llevado a cabo y que figuran en primera plana del 'Diario Portugué', del pasado día 12: «Sería una tragedia para Portugal su salida del euro». 
 
¿Acaso ha sido objeto de comentario en la última reunión de la Cúpula de la UE? ¿Acaso el contagio está abriendo una segunda crisis financiera? ¿No es alarmante también el descenso continuado del consumo? Si todo esto fuese cierto, ¿a qué espera la Comunidad para acometer y formalizar la unidad económica y financiera? Aunque a buen seguro su viabilidad no sería posible si no se acomete con valentía la «unificación política». 
 
También debe establecerse una vigilancia y control estrictos a las entidades de crédito, con el fin de evitar en el futuro que se dirija el crédito a actividades que pudieran provocar nuevas y peligrosas burbujas. Hemos rechazado la experiencia que nos ofrece la historia de las crisis sufridas desde la depresión de los años treinta del pasado siglo. 
 
Si no se toman todas las medidas estructurales en su conjunto de forma inmediata, se debilitará el euro, y quedará de manifiesto, que la política económica se dirige de forma timorata, con escaso talento e inmensa irresponsabilidad.

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(*) Economista y empresario

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