domingo, 24 de mayo de 2009

La peligrosa deuda de Obama / Robert J. Samuelson*

Exactamente, ¿cuál es el volumen de deuda pública en el que tiene que incurrir un presidente para ser considerado un irresponsable? Bien, uno mucho mayor al parecer que las cantidades masivas previstas por el presidente Obama. La versión final de sus presupuestos para el ejercicio 2010, dada a conocer la semana pasada, constituye un ejemplo de manual de creación de riesgos económicos e interés político.

Veamos. De 2010 a 2019, Obama proyecta un déficit anual neto de 7,1 billones en total; esos se suman al déficit de 1,8 billones de dólares del ejercicio 2009. Hacia 2019, la razón entre deuda federal pública y producto interior bruto alcanzaría el 70%, por encima del 41% de 2008. Será el más elevado desde 1950 (80%). La Oficina Presupuestaria del Congreso, usando pronósticos menos halagüeños, eleva estas estimaciones. Los déficits 2010-19 sumarían 9,3 billones de dólares; el cociente entre deuda y PIB en 2019 sería del 82%.

Pero aguarde: incluso estos totales pueden quedarse cortos. Según diversas estimaciones, el plan de salud de Obama podría costar 1,2 billones de dólares a lo largo de una década; Obama sólo ha presupuestado 635.000 millones. Además, los considerables déficit se registran a pesar de la acusada contracción del gasto en defensa. De 2008 a 2019, el gasto federal total se elevaría un 75%, pero el gasto en defensa sólo sube un 17%. A menos que las amenazas en el extranjero cedan, tanto el gasto militar como los déficit podrían elevarse.

Republicanos cabreados aparte, estas cifras sobrecogedoras han recibido muy poca atención. Todo el mundo tiene la vista puesta en la crisis económica actual, que explica y justifica gastos abultados durante unos cuantos años. Pero casi nadie se da cuenta de que esos déficit se prolongan indefinidamente.

Una razón de que Obama sea tan popular es que ha prometido impuestos más bajos y más gasto. Más allá de los que ganan más de 250.000 dólares, el 95% de las familias trabajadoras reciben una rebaja fiscal. Obama duplicará el gasto federal en investigación básica de «agencias clave». Quiere construir infraestructuras de ferrocarril de alta velocidad que exigirán subsidios constantes.

Considere la deuda externa como un sucedáneo de evasión fiscal. El presidente no quiere que los estadounidenses se enfrenten a elecciones entre menos gasto o impuestos más altos. Obama no ha hecho nada para reducir el gasto de jubilar a la generación post Segunda Guerra Mundial. Afirma estar conteniendo el gasto sanitario, pero en realidad propone más gasto público.

Amortizar los futuros déficit con subidas fiscales o mediante recortes del gasto exigirá cambios. Descontando el efecto de la recesión sobre el déficit, Marc Goldwein, del Comité por un Presupuesto Federal Responsable, sitúa el «déficit estructural» subyacente -la diferencia entre los compromisos de gasto del Gobierno y su base impositiva- entre el 3% y el 4% del PIB.

Cierto es que, desde 1961, el presupuesto federal ha registrado déficit todos los ejercicios menos cinco. Pero la deuda pública ha permanecido por debajo del 50% del PIB; es el equivalente a un hogar con 100.000 dólares de renta que tiene una deuda de 50.000 dólares. Los efectos económicos adversos eran modestos. Pero los colosales déficit futuros de Obama rompen este patrón.

En el mejor de los casos, el precio de la deuda intensificará la presión de subir los impuestos y recortar el gasto. Según estimaciones de la Oficina Presupuestaria, los intereses de la deuda como porcentaje del gasto federal se duplicarán entre 2008 y 2019, del 8% al 16%. Los déficit también podrían debilitar el crecimiento al adjudicarse el préstamo, que en otras circunstancias iría a la inversión privada.

En el peor de los casos, la descontrolada deuda podría provocar una crisis financiera futura. El peligro reside en que «no seamos capaces de financiarla (la deuda del Estado) a tipos de interés razonables», dice la economista Rudy Penner, gerente de la Oficina Presupuestaria de 1983 a 1987. En el clima de inquietud económica actual, esto no ha sucedido. Los inversores se han decantado por títulos de deuda pública estadounidense garantizada. Pero la abundancia de títulos y los temores de inflación podrían hacer pedazos la confianza. El precio de la deuda podría bajar acusadamente; los tipos de interés subir. Las consecuencias podrían ser mundiales porque los extranjeros son titulares de la mitad de la deuda pública estadounidense.

Los presupuestos de Obama flirtean con el embargo diferido, aunque no podemos saber la forma que podría cobrar o cuándo podría tener lugar. El actual beneficio se produce con el riesgo de pérdidas futuras. Como demuestra la presente crisis, las políticas imprudentes terminan saliendo por la culata incluso si la naturaleza y el momento del cambio de tendencia son imprevisibles.

El milagro es que estos asuntos hayan pasado tan desapercibidos. Imagine hipotéticamente que un presidente McCain hubiera presentado un plan presupuestario idéntico al de Obama. Habría tenido lugar casi seguro un considerable escándalo: «McCain hipoteca nuestro futuro». Obama no debería ser juzgado según un estándar menos exigente.

(*) Robert J. Samuelson es columnista del diario The Washington Post

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