domingo, 22 de febrero de 2009

El peor 'trago' de Japón desde la II Guerra Mundial

SHANGHAI.- No cabe ninguna duda de que ésta es la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial», sentenciaba esta semana el titular de Economía japonés. Lo que Kaoru Yosano no dijo es lo difícil que será la recuperación, quizás porque hay poco que él, o el gobierno de Taro Aso, pueda hacer, por mucha leña (léase paquetes de estímulo) que se eche a la caldera. Es difícil mantenerse a flote cuando tu crecimiento depende de unos consumidores que han vivido por encima de sus posibilidades y que ahora se han quedado sin efectivo, se escribe en 'El Mundo'.

Teniendo en cuenta que el peso de las exportaciones en la economía japonesa no ha hecho sino expandirse en la última década, la salida a su recesión pasa ineludiblemente por la recuperación del ánimo de los consumidores en las grandes superficies. Desde Oklahoma a Berlín.

El PIB japonés retrocedió en el último trimestre de 2008 a una velocidad de shinkanshen -el sofisticado tren bala nipón-, un desgaste que ha pulverizado las ganancias tan levantadas a duras penas desde 1990, cuando la explosión de la burbuja japonesa dio paso a su llamada década pérdida. Hay que retroceder hasta la crisis del petróleo, en 1973, para encontrar un deterioro de esta magnitud.

El valor total de los bienes y servicios japoneses se contrajo en el cuarto trimestre un 3,3% respecto al tercero, en el que a su vez decreció un 0,6% frente al segundo. Es tasa interanual, el deterioro del PIB fue del 12,7%, algo que ha sorprendido a los analistas, que veían en Asia una tabla de salvación.

Estos mismos asisten perplejos ahora a una contracción -0,7% para 2008- que supera con creces a la experimentada por EEUU o la UE. La bancarrota de Lehman Brothers sólo intensificó el desastre, pues según revisan ahora, el país ya estaba en recesión desde noviembre de 2007.

La culpa hay que echársela a la anemia casi crónica del consumo interno y a la caída libre de las exportaciones -un 13,9% trimestral al cierre de 2008-, debido al resfriado de la demanda global por los coches, maquinaria y electrónica de consumo made in Japan. Alta tecnología por la que algunos consumidores estaban dispuestos a endeudarse.

«Son productos muy sensibles a las condiciones de crédito», señala Hiroshi Shiraishi, economista de BNP Paribas en Tokio, «y eso ha dejado a Japón en una situación muy vulnerable». La apreciación del yen «frente al resto del universo», como describía un experto, que se ha encarecido un 17% en el último año, amenaza con disipar los márgenes de beneficios de las empresas, que habían hecho sus cálculos sobre la previsión de un crecimiento del 3% en el consumo estadounidense.

La caída de las ventas ha dejado sin fuelle a los grandes colosos de la industria japonesa. Los despidos, anuncios de pérdidas y recorte de objetivos, junto al descenso de la inversión -un 5,3% trimestral- se han convertido en el arroz de cada día. De Sony a Nissan, pasando por Toyota, Hitachi o Pioneer, todos esperan cerrar el año fiscal, en marzo, con importantes pérdidas. Y juntos, acumulan sobre sus conciencias la pérdida de 80.000 empleos, que suman y siguen, pues el gobierno calcula que para finales de marzo serán ya 120.000 (o hasta 400.000, según fuentes independientes).

La crisis se respira ya en las calles: el paro -un 4,4% en diciembre-, ha dado paso a un aumento exponencial de vagabundos -mano de obra temporal y jóvenes, acostumbrados a vivir en los dormitorios que les proporcionaban sus empleadores- en un país acostumbrado a niveles de bienestar privilegiados. Esto ahondará el descontento hacia la Administración de Taro Aso, que apenas cuenta con el apoyo de uno de cada diez japoneses, según los últimos sondeos.

La opinión pública comienza a mirar al líder de la oposición, un enemigo declarado del gasto fiscal, a la vista de las elecciones que han de convocarse antes de septiembre y que se perfilan como una prueba de fuego para la hegemonía política ejercida desde la postguerra por el Partido Liberal Demócrata.

Un 'cóctel' letal para el ministro de Finanzas

Lo de que «si conduce, no beba» también es una campaña en el Lejano Oriente. Pero cuando el 'vehículo' es la segunda economía del mundo, andar ebrio al volante puede resultar especialmente peligroso con el temporal que está cayendo. El titular de finanzas japonés protagonizaba esta semana una sonada dimisión por las críticas a su comportamiento en una rueda de prensa del G-7.

Durante su comparecencia en Roma, Shoichi Nakagawa bostezó, se le cerraron los ojos y los pensamientos se le trastabillaron en varias ocasiones, llegando a olvidar, incluso, cuál es el tipo de interés actual de su país. Se disculpó diciendo que eran efectos del 'jet lag', y del cóctel de antibióticos para combatir el catarro que había mezclado con un par de copas de vino. Sus explicaciones no sirvieron de nada. En casa, el ministro se topó con un aluvión de críticas y una 'borrachera' de pésimos resultados económicos.

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