Dos iniciativas de última hora por parte del dictador venezolano, la
de instar la disolución del Parlamento y la de solicitar la mediación
papal ante la presión opositora encabezada por Juan Guaidó, mientras
hace caso omiso de la urgencia nacional en que el Gobierno abra las
puertas para la llegada de la ayuda médica exterior, ante la
significativa parte de la población enferma (niños y ancianos en parte
mayoritaria) necesitada de medicamentos de los que no se dispone en el
país por causa del desabastecimiento.
Ante lo primero, frente a la propuesta de que se disuelva el
Parlamento, hay que observar la circunstancia de que fue la Asamblea
Nacional, la Cámara democrática por excelencia, el escenario de su
absoluta derrota electoral, hasta el extremo de que la Constitución le
obligó a que se sometiera a referéndum revocatorio de sus poderes
presidenciales. No lo hizo. Siguió indebidamente en la poltrona y volvió
a infringir la norma suprema de la democracia venezolana al erigirse en
poder constituyente creando una Asamblea nueva.
Tal y no otra cosa es el trapisondista personaje, cuyas nociones del
Derecho Constitucional no han sido otras que las aulas habaneras de la
revolución castrocomunista. Con tales precedentes en la supuesta
humanística democrática y cristiana, el “hijo” de Chávez dice que va a
solicitar la mediación papal, al parecer porque no puede disponer de los
buenos y eficaces oficios de José Luis Rodríguez Zapatero.
(*) Periodista y abogado español
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