El sonado fichaje del ex presidente de la Comisión Europea, el
portugués Durao Barroso, por el banco estadounidense Goldman Sachs, está
levantando un aluvión de críticas, entre las que destacan los dardos
envenenados que le están lanzando las autoridades francesas, incluido
nada menos que el presidente de la República, Hollande, sin apenas rubor
a pesar de estar él mismo estos días sometido a la presión pública tras
conocerse el insólito caso de su peluquero, un empleado del Eliseo que
percibe casi 10.000 euros al mes por cuidarse en exclusiva del peinado
del presidente.
Lo menos que se puede decir de estas peripecias europeas, suscitadas
ante la opinión pública cuando todavía no se han disipado los ecos de la
salida de los británicos de la Unión Europea, es que castigan de forma
directa la imagen y la buena reputación de los organismos comunitarios y
de la propia existencia de la UE.
La contratación de Durao Barroso por el banco americano Goldman
Sachs, cuando apenas se ha cumplido poco más de año y medio de la salida
de Barroso de la presidencia de la Comisión Europea, ofrece una imagen
importante y preocupante de fragilidad en las instituciones, ya que
Goldman, precisamente, ha sido uno de los partícipes más activos en la
crisis financiera de hace ocho años y sobre todo se le recuerda por su
papel en el asesoramiento a las autoridades griegas para construir la
arquitectura financiera y presupuestaria con la que las autoridades de
este país lograron engañar a las autoridades comunitarias en el año 2000
a la hora de analizar los requisitos para su pertenencia a la Unión
Europea.
Aquella obra maestra del embuste, descubierta al cabo de los meses,
todavía es recordada en Bruselas como una auténtica obra maestra del
embuste que quedó sin investigar. El actual presidente del Banco Central
Europeo (BCE), Mario Draghi, ocupó altas responsabilidades en Goldman
Sachs y fue responsable durante algún tiempo de sus actividades europeas
por aquellos años, aunque nunca asumió relación con aquellas prácticas
contables de engaño, que abrieron a Grecia la puerta trasera para
acceder al y permanecer en el euro.
Draghi no ha sido el único dirigente
de la zona euro que ha tenido responsabilidades o ha desarrollado
asesoramiento al banco estadounidense en estos últimos años, aunque sí
el más distinguido habida cuenta de las funciones que ahora desempeña al
frente de la institución monetaria y supervisora de la Unión Europea.
La confluencia de intereses entre altos cargos de la Unión Monetaria,
incluso cuando ya no están en el ejercicio de sus funciones, y
entidades privadas, ha sido bastante habitual en los últimos años, como
demuestra la casuística. Pero Bruselas, tan escrupulosa a la hora de
establecer algunos requisitos de incompatibilidad, tiene un claro vacío
en este terreno. Los altos cargos de la Comisión y de otras instancias
comunitarias tan sólo tienen año y medio de abstinencia en el ejercicio
de funciones en el sector privado que puedan ser objeto de conflicto de
intereses.
Parece un plazo excesivamente exiguo, que permite todo tipo
de suspicacias como se está viendo, y que ahora previsiblemente tendrá
que ser revisado al alza, para fijarlo en tres o en cinco años. De forma
especial tendría que someterse a algún tipo de auditoría o de dictamen
la posible contratación de altos funcionarios por empresas privadas con
las que hayan tenido especial relación durante el ejercicio de sus
funciones oficiales o con los que hayan establecido acuerdos o
contratos. Parece una previsión imprescindible.
(*) Periodista y economista
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