La respuesta
que China dará al recién firmado Tratado Transpacífico de Cooperación Económica (conocido como TPP, Transpacific Partnership) adquiere forma
rápidamente. El pasado día 8, un economista del Banco Central de China
reconoció que las industrias chinas de textiles, ropa y electrónica
registrarían pérdidas si el país no entraba en la nueva área comercial
que forman doce países ribereños del Pacífico.
Al
día siguiente, el ministerio de Comercio anunció que China, Japón y
Corea del Sur se disponían a firmar un tratado de libre comercio.
Japón es signatario del TPP, pero China y Corea del Sur no lo son,
aunque Seúl informó recientemente que tiene interés en unirse. Por
lo tanto, es legítimo asumir que sus negociaciones con Japón y
Corea del Sur tienen por objetivo facilitar el ingreso de China en
el TPP.
Se trata de otro paso más en la irrupción de China en la
economía mundial para competir con bloques comerciales del mundo
capitalista, como los Estados Unidos y la Unión Europea. Con $10,3
billones de producto interior bruto, la economía china es bastante
inferior en volumen a la de Estados Unidos pero algo menos
inferior que la de Europa, aunque es la primera potencia
exportadora mundial, con $2,3 billones. Las exportaciones han
sido el motor de la economía china desde 1979 (bajo el liderazgo de
Deng Xiaoping). El rápido crecimiento económico ha permitido al
gobierno comunista asegurar la estabilidad, tanto del régimen
como la de la sociedad china.
Pero el desarrollo chino ha
entrado en una fase de cambio. La estabilidad interior exigía un
enorme esfuerzo para mantener altas tasas de ocupación, lo que se
logró mediante un masivo empleo de mano de obra barata, capaz de
entrar competitivamente en áreas económicas exteriores con
costos del trabajo más elevados. La crisis de la economía europea y
las bajas tasas de crecimiento en los Estados Unidos redujeron en
los últimos años la capacidad china de mantener esa ventaja
competitiva. El freno de las economías emergentes añade otra
presión sobre el futuro de la de China, al ver reducidos sus
ingresos por exportaciones.
En respuesta a esos cambios, el
liderazgo de Pekín adoptó dos políticas sucesivas, sobre un
periodo relativamente breve de años. La primera consistió en
estimular el consumo interior, y la segunda mejorar la
producción en términos de calidad y sofisticación
tecnológica, al objeto de mantener su primacía comercial, sobre
las de las economías emergentes.
El estímulo del consumo
interno, unido al desarrollo urbano, fue apoyado por una política
crediticia que acabó produciendo burbujas inmobiliarias y
depreciación de activos, con una pérdida estimada en $3
billones, sólo entre junio y agosto de este año.
Intentar el cambio del patrón de producción industrial, y por tanto
de sus exportaciones, en un medio político interno
centralizado y planificado resultaba cada vez más difícil. Los
cambios de las políticas industrial y comercial, sin embargo,
exigían una revisión drástica de las política monetaria y
financiera del estado. El yuan, lamentablemente, no era una
moneda internacional. Era, pues, preciso estimular la entrada
de capital extranjero en China, así como que el yuan operase en los
mercados internacionales. En este capítulo se observan cambios
muy sugestivos, sobre todo desde que el banco central chino y la
autoridad monetaria de Hongkong firmaron, en 2010, un acuerdo para
que el yuan operase libremente en ese centro off-shore.
Esa
apertura, sin embargo, era relativa. Se limitaba a la
operatividad del yuan en los mercados externos, mientras que en
el interno seguía bajo el estricto control del gobierno y el banco
central. Este doble sistema, sin embargo, restringía la entrada de
dólares en la economía china, y la limitaba a las entradas por
exportaciones, sobre todo a los países en rápido crecimiento. La
crisis crediticia del 2008 y después, y la crisis de las economías
emergentes en los dos o tres últimos años, limitaron
drásticamente el acceso de China a las monedas de reserva
mundiales.
Quedan aún obstáculos para la convertibilidad del yuan
China
necesitaba que su moneda operase en los mercados
internacionales, para que el capital exterior la considerase
confiable y pudiera medir su valor comparándola con las monedas de
reserva. Esto movió a China a firmar acuerdos ‘swap’ y futuros con
treinta países, lo que permite la adquisición exterior de yuanes
para operar dentro de China y pagar con ellos mercancías y
servicios.
Otra innovación es que ahora le es posible a una
serie de países y corporaciones emitir instrumentos financieros
denominados en yuanes. Bancos europeos han emitido en los siete
primeros meses del 2015 bonos en yuanes por valor de $2,700 millones,
cinco meses más que en 2014. En septiembre último, el gobierno chino
emitió por primera vez deuda en yuanes a través de Londres.
Estas transacciones internacionales son operadas, sin embargo,
por grandes bancos chinos expresamente autorizados. Las
transacciones están limitadas a las entradas de y/300.000
millones/día, y salidas de y/250.000 millones/días. Este tipo
de controles residuales es, sin embargo, lo que impide todavía la
convertibilidad completa de la moneda, para hacer del yuan una
moneda de reserva.
Hay otras medidas financieras que también
contribuyen a cambiar la estructura económica de China: 1) desde
este año es posible la oferta de crédito al público, a interés
libre. 2) el 15 de julio el Banco de China empezó a fijar el precio
del yuan de acuerdo con su cotización ‘spot’ del día anterior,
corrigiendo así su tendencia a mantenerse por encima de esta
última referencia.
La prueba de la validez de las medidas tomadas hasta ahora por la
autoridad financiera china, para hacer del yuan una moneda
internacional, vendrá el próximo noviembre, cuando el Fondo
Monetario Internacional examine el grado de liberalización de su
economía y el comportamiento del yuan en los mercados
internacionales. China desea que el consejo del FMI incluya el
yuan en la cesta de monedas que respaldan la estructura de los
Derechos Especiales de Giro (SDR, Special Drawing Rights), aunque la
experiencia acumulada parece todavía insuficiente. Expertos del
FMI pusieron en agosto fecha a ese acontecimiento histórico:
septiembre de 2016.
(*) Periodista español
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