La troika ha vuelto a Atenas. El Fondo Monetario Internacional, el
Banco Central Europeo y la Comisión Europea se sientan otra vez a
negociar qué les cortan. Es posible que las calles Sofocleus y Evripidou
hayan vuelto a recordar estos días lo que es el cepillo de un
barrendero y probable que la policía patrulle ahora día y noche para
asegurarse de que los alrededores de Omonia pierden por un momento su
aspecto de gueto y abandono. No vayan a ver los hombres de negro la
traducción en las calles de lo que firman en los despachos.
Pero las
cifras no mienten y lo que dicen es que esto ya no es una
política de austeridad sino de empobrecimiento y de que incluso ahora,
cuando cada griego al que se le pregunta asegura que el país no puede
más, se intenta una nueva vuelta que abone esa inmensa clase baja, ese
estrato cosificado en factor trabajo a precios de ganga que están creando en el sur de Europa.
En qué cabeza cabe si no que se pida que se amplíe la semana laboral a
seis días, como aseguraba ayer el diario griego Imerisia que ha hecho
la troika, en un país como Grecia
en el que la tasa de desempleo ha pasado en un año del 16,8% al 23,1% y
donde el paro juvenil alcanza ya al 52,9% de los menores de 25 años, según los datos de julio actualizados por Eurostat el pasado viernes. Si
hacen falta más horas de trabajo, que se contrate más mano de obra. Si
no hacen falta, entonces con la semana laboral de seis días lo que se
pretende es reorganizar la fuerza laboral y seguir aumentando esa bolsa
de paro inmensa.
¿Cómo es posible que se defienda la teoría del
incremento de la productividad a base de desempleo cuando el imparable
hundimiento de la economía ha demostrado que no hay país desarrollado
que levante cabeza si se le cae de forma sostenida la demanda interna,
aporte principal del PIB?
Y, sin embargo, además de la injerencia que supone ya sin ningún
pudor en ámbitos de la soberanía nacional, cada medida nueva en el plano
laboral que exigen no va sino a incrementar el desempleo. Según el
citado diario heleno, la troika ha recomendado al Gobierno de Antonis Samaras una profunda flexibilización del mercado laboral
que incluye reducir el coste de entrada y salida del mismo para las
empresas así como una mayor laxitud con las exigencias de los horarios
de trabajo del tipo reducir el número de horas de descanso que tienen
que transcurrir entre dos jornadas. También piden que se reduzca el
plazo con el que un empresario debe comunicar un despido y la cantidad a
indemnizar.
Es un camino similar al que se está haciendo recorrer a España, donde
las sucesivas reformas laborales no han hecho sino facilitar el
despido, abaratarlo de forma que las empresas puedan sustituir sin
despeinarse plantillas mejor retribuidas por otras más baratas o exigencias
tan incomprensibles como es la de retrasar la edad de jubilación en
países con tasas de paro juvenil que tocan a más de la mitad de los
menores de 25 años, retrasando con ello el cambio generacional.
A finales de julio, en una entrevista con cuartopoder.es, el director general de la Confederación de Sindicatos de Empleados Públicos Griegos (Adedy), Elías Eliopoulos,
ya advertía de que, después de que empleados públicos y privados hayan
perdido una media del 50% de su sueldo y con el paro existente “no se
puede llegar más lejos” con las medidas de la troika porque “el griego
no aguanta más”.
Es posible que en la sede del partido fascista Amanecer Dorado
brindasen ayer a la salud de estas informaciones que empiezan a aparecer
sobre las nuevas exigencias al país, porque cada nuevo griego
desesperado puede ser un potencial simpatizante del partido, y ya van
por el 7% de los votos.
Cuando se habla con los griegos del pasado lo primero que suelen
hacer es criticar a los propios griegos. Sobre todo a la clase política
pero también a los ciudadanos por haberla dejado hacer durante años
mientras, a quien no se había visto beneficiado del clientelismo
imperante, el crédito fácil le permitía la ilusión de tener una buena
vida. Señalan al asfalto de Atenas y preguntan, a modo de ejemplo, cómo
es posible que los pasos de peatones, un recuerdo como mucho de algo que
debieron ser rayas blancas, lleven sin pintar desde los Juegos
Olímpicos de 2004. ¿Dónde ha ido el dinero?
Nada hay más crítico que un
griego hablando de su país. Cuando se habla con los griegos de futuro se
refieren a finales de 2012. Las variables más allá de esa fecha hacen
totalmente incierto cualquier pronóstico. Solo hay algo que tienen
claro, desde los políticos a los sindicatos, desde el dueño de un
restaurante a la directora del centro municipal que asiste a familias
que se han quedado sin nada: Grecia no puede más.
Recortar donde no hay
Ya en la anterior visita de la troika, que visitó Atenas para dar el
toque oportuno al nuevo Gobierno antes de irse de vacaciones, se
empezaban a escuchar recortes que poco podían aportar a la política de
ajuste que exige a Grecia compromisos para mermar su déficit en otros
11.600 millones de euros el próximo año.
Parecían más bien medidas para sumir definitivamente a los ciudadanos
en la desesperación. Dos ejemplos: Cómo entender que el 1 de julio no
se renovase el contrato a 40 de los 60 trabajadores que reparten comida
en un centro municipal de Atenas justo cuando en la primera mitad de
este año se ha duplicado el número de familias griegas que acuden a este
servicio como última vía para subsistir.
O cómo se explica que de las
cinco furgonetas que recorrían Atenas para prestar atención sanitaria
primaria a quienes ya no reciben dicha asistencia en los centros
hospitalarios por haber excedido el tiempo límite en el paro, se
pensasen reducir a dos desde agosto. Por no hablar de que ahora se
quiere ir también a por las pensiones inferiores a 1.000 euros al mes, a
por el recurso de subsistencia de muchas familias que han visto cómo
perdían el empleo los hijos y luego los padres y ahora viven con los
abuelos.
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