jueves, 4 de agosto de 2011

El negocio de apostar a la quiebra de un país es poco ético, pero muy lucrativo

MADRID.- Las últimas víctimas de la mano invisible que mueve el mercado tienen nombre propio: España e Italia. Son muchas las voces que consideran que la crisis de la deuda está siendo potenciada por la irrupción de los llamados especuladores que, mediante un juego de compraventa de deuda pública, sacan tajada de la descoordinación institucional, analiza el diario 'Abc'.

El modus operandi de los inversores que buscan grandes sumas de dinero en el menor tiempo posible es sencillo. Miguel Ángel Bernal, profesor del IEB, explica que la especulación a corto plazo se da cuando un agente carece de los activos necesarios para operar en el mercado y decide pedirlos «en alquiler» a una entidad bancaria durante un periodo de tiempo concreto, con la promesa de devolver el valor de los bonos, en el caso de la renta fija soberana, y los intereses asociados al préstamo.
El siguiente paso consiste en vender el «papel» a un tercero en el mercado secundario con el objetivo de recuperar el desembolso inicial. «Hasta aquí nadie ha ganado dinero», comenta Bernal.
La intuición, los conocimientos técnicos y la evolución de las variables macroeconómicas (previsiones de crecimiento, inflación, paro, etc...) indican al inversor a qué precio se negociarán los activos en el mercado. En el caso español, la tendencia bajista. Los especuladores persiguen potenciar este sentimiento, despertando el factor psicológico del miedo en el conjunto de los agentes que operan en el mercado y así desencadenar el desplome del precio de las obligaciones del Estado. Aquí está el negocio. Los agentes, que tienen que devolver los bonos «alquilados», los recompran a un precio muy inferior al de partida y se adjudican la diferencia. El proceso termina cuando el banco recibe el capital, sus intereses y el ciclo arranca de nuevo.
La consecuencia directa de este «shock» en el valor de los bonos es la escalada proporcional de la prima de riesgo que no afecta al especulador sino a los Estados, que ven disparado el coste de financiación de su deuda y aparecen los primeros signos de crisis fiscal. A partir de este momento, la historia es de sobra conocida: recorte en partidas de gasto público, aumento generalizado de impuestos y, en definitiva, puesta en marcha de medidas destinadas a recuperar la confianza de los mercados y que permitan reabrir el «grifo» del crédito.
La espiral de la especulación con deuda soberana no es un fenómeno nuevo: uno de sus referentes es la crisis de 1993, y entonces, también muchas manos invisibles llenaron sus bolsillos a costa de todos.

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