domingo, 20 de septiembre de 2009

Javier Gomá, director de la Fundación 'Juan March': "No existe una tabla de ejemplaridad eterna"

MADRID.- «Todas las personas han de ser ejemplares, pero los políticos tienen un deber de ejemplaridad acentuado. Al desplegar especial influencia por la posición que ocupan, pesa sobre ellos un plus de responsabilidad, se les exige que respeten al máximo los valores y bienes estimados de la sociedad», dice hoy el ensayista Javier Gomá en la cadena de diarios de 'Vocento'.

Es la seria y contundente conclusión a la que ha llegado después de treinta años de reflexión y estudio Javier Gomá, que tampoco es cómico, aún menos ingenuo, pero sí un montón de cosas. Entre otras, filólogo, periodista, ensayista, jurista, letrado del Consejo de Estado, director de la Fundación Juan March, bilbaíno de 44 años, padre de cuatro hijos, dueño de una inteligencia inusual, Premio Nacional de Literatura, Premio FIES de Periodismo, miembro del Internacional Visitors Program del departamento de Estado de EE UU... Y filósofo.

Valedor de la figura de Ortega y Gasset, publica ya 'Ejemplaridad Pública' (Taurus), el tercero de los cuatro libros en los que pretende desarrollar su 'Teorema de la Experiencia y la Esperanza'.

Con asombrosa lucidez y máxima actualidad, aborda «por vez primera con criterios filosóficos» la ejemplaridad, propone soluciones para el hombre de hoy, «provisto de las máximas cotas de libertad pero falto de instrumentos para saber utilizarla», y urge a la clase política a demostrar eso, su clase.

-¿De verdad cree ejemplares las conductas de los políticos de hoy?
-Muchos ejercen con normal responsabilidad. De hecho, los casos de mayor contraejemplaridad son los más sonoros, precisamente, porque son excepcionales. Si no tuviéramos una expectativa de comportamiento ejemplar con nuestros políticos, no nos escandalizarían sus corrupciones.

-Pues los ciudadanos no aprueban a ningún líder español de primera línea en las encuestas del CIS...
-Cierta desafección de la política es hasta sana y un signo de madurez, porque indica que el ciudadano ya no ve en sus gobernantes a un redentor del que espera todas las cosas. Dicho esto, creo que hay un divorcio entre el discurso de la clase política, que se presenta a sí misma como ejemplar, y la percepción que todo el mundo tiene de que no encarnan la ejemplaridad que predican. Parece que el político trabaja excesivamente su imagen y no su vida, y esa tibieza produce incomodidad y desafección.

-Porque, para usted, la ejemplaridad no es baladí. Sostiene que todos somos ejemplo para los demás y emulamos las conductas de otros.
-Aunque soñemos que disfrutamos de una individualidad autónoma, en la que cada uno se da a sí mismo una ley moral, estamos expuestos siempre y en todos los terrenos a una mutua influencia. Nos guste o no, todos tenemos una esfera pública y nuestro ejemplo es influencia para quien nos rodea. Al mismo tiempo, desde niños, estamos expuestos al ejemplo de los demás, y llevamos su marca.

-Sin embargo, pongo la tele y me cuesta ver conductas ejemplares...
-En efecto, hay que distinguir entre ejemplo y ejemplaridad. Lo que vemos por la tele es, indudablemente, la extraordinaria influencia del ejemplo. Aparecen políticos y 'celebrities' muy influyentes de los que, por el hecho de serlo, debería nacer un deber de responsabilidad. Sin embargo, desconocen, o quieren ignorar, ese deber de ejemplaridad que pesa sobre ellos. Y así, los medios muestran un mundo entero de gente sin ejemplaridad.

-Y esa falta de ejemplos ejemplares explica que se produzcan desórdenes...
-Existe un deber de socialización muy importante, que durante milenios ha estado bastante bien resuelto. Había muchos instrumentos para llevarlo a cabo: fuertes creencias religiosas colectivas, la tradición, el patriotismo, costumbres... La sociedad estaba, además, muy jerarquizada: las clases superiores, mediante la autoridad y la coacción legítima, obligaban a las inferiores y a los jóvenes a socializarse, a integrarse en una sociedad productiva y serlo también ellos mismos.

-¿Eso ya no sucede ahora?
-A partir del siglo XVIII, se inicia un proceso de liberación y el individuo amplía enormemente su libertad. Sin embargo, al mismo tiempo, la sociedad renuncia a los instrumentos clásicos de socialización y no los sustituye por otros nuevos. Las creencias o los relatos únicos ya no funcionan. Las costumbres colectivas también han desaparecido frente a un abigarrado caleidoscopio de personalidades individuales, incluso ofensivas. Ya no vivimos en sociedades jerarquizadas, no existen principio de autoridad ni coactivo...

-Y la consecuencia...
-Es una juventud que goza de la libertad en límites extremos sin haberla conquistado, pero que está enormemente desorientada para ejercerla. Aprendemos desde niños a decir 'yo hago con mi vida y con mi cuerpo lo que me da la gana', pero postergamos el otro discurso: ¿qué uso haces de esa libertad?

-¿Cómo conseguimos que el joven se plantee esta pregunta?
-Yo propongo una teoría de la ejemplaridad. Aunque el discurso de la liberación sigue vigente en politicos y creadores de opinión, para mí es anacrónico y anticuado. Debemos tomar conciencia de que la libertad es un bien ya conquistado y sustituir ese discurso caduco de la liberación por el de la emancipación: es hora de hacer un uso cívico de la libertad. No se trata de que cada uno elija su estilo de vida, sino de ponernos de acuerdo en cuál es el ejemplar.

-¿Usted ya sabe cuál es?
-No existe una tabla de ejemplaridad eterna que valga para todas las épocas, naciones o países. Pero siempre habrá de tener un componente generalizable. Sólo podrán ser ejemplares aquellos comportamientos que, si se generalizan, pueden considerarse cívicos.

-¿Ese proceso de emancipación responsable y ejemplar es posible en una democracía como la actual? La califica de vulgar y de experimento.
-Es que lo es. Vivimos una época sin precedentes. La cultura siempre ha tenido un fundamento absoluto en mitos, religiones y creencias fuertes. Nosotros somos la primera civilización que quiere crearse con fundamentos relativos, secularizados e igualitarios. Lo cual es un experimento cuyo éxito dependerá de nosotros. Debemos participar en la construcción de la civilización. Y eso tiene que ver con la vulgaridad.

-¿En qué sentido?
-Hoy en día, se considera que el verdadero yo es el excéntrico, el extravagante, el original, el irrepetible. Uno cree que su identidad la definen aquellos rasgos que le hacen distinto y singular. Sin embargo, esos individuos que se ven diferentes, aunque no lo crean, son en realidad todos iguales, se consideran excéntricos de la misma manera. La liberación, pues, conduce básicamente a la vulgaridad.

-Y la vulgaridad se combate con la ejemplaridad...
-Sí. La vulgaridad merece un respeto como expresión del igualitarismo, pero no es la llegada, sino la salida. La sociedad liberada ha producido vulgaridad, y ahora tenemos que encontrar los instrumentos para socializar esa individualidad, emanciparla y aspirar a cierto estilo de vida ejemplar.

-¿Cree que el verdadero anhelo del hombre llegará a ser algún día volver a llevar una vida ejemplar?
-Sí, por pura adaptación de las especies. ¿Es gobernable un país como España con 45 millones de excéntricos? No. Una sociedad igualitaria y secularizada de excéntricos es inviable y, en la medida en que lo sea, irá calando poco a poco cierta ejemplaridad de vida. No es que conciba en absoluto una sociedad utópica de individuos ejemplares. En el futuro inmediato, la ejemplaridad se convertirá en un valor positivo, la sociedad creará instrumentos de socialización y aplaudirá las individualidades ejemplares, que hagan más cívico y habitable este mundo.

-Dice que sucederá pronto...
-Pronto son milenios, no el lunes.

-Aún no ve signos de ese cambio, entonces...
-Sí percibo algo. Noto el hastío de la liberación, que es el primer síntoma. Los excesos de la liberación están generando poco a poco un apetito por otra cosa que todavía no se sabe qué es. En mi opinión, es ese estilo de vida ejemplar que la sociedad va a empezar a aplicar. Aunque parezca contradictorio, los excesos de la liberación son el primer indicio de recuperación.

-Es usted optimista...
-Sí... Mi libro carece de nostalgia de épocas pasadas, no pretende volver a una ejemplaridad romana o medieval, es antielitista y antiaristocrático, se considera gozoso de la situación democrática en la que vive. Al contrario, ve en nuestra época una inmensa oportunidad para la cultura, para la ética, para la ciudadanía. Trata de demostrar hasta qué punto esta época es apasionante, porque ha de construir los fundamentos de la cultura que debe prevalecer y que está por acordar entre nosotros.

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