domingo, 28 de septiembre de 2008

Rusia y los nuevos desafíos de la política energética / Enrique Mora*

El pasado 1 de septiembre, los jefes de Estado y de Gobierno de la UE se reunieron para hablar del conflicto en Georgia en el primer Consejo extraordinario desde la invasión de Irak. Aprobaron una declaración en los términos habituales de llamadas a la paz, al respeto de fronteras y a las misiones que la Unión va a enviar.

Pero un párrafo, el último, se sale del esquema habitual de estos pronunciamientos sobre gestión de conflictos: habla de seguridad en el suministro y pide iniciativas para diversificar las fuentes de energía y las rutas de abastecimiento.

Si el contexto es siempre parte del mensaje, en este caso es casi todo el mensaje. La UE le está diciendo a Rusia dos cosas: la primera, que se siente amenazada por sus juegos de guerra no en su seguridad en el sentido tradicional, sino en un tipo muy determinado, el energético; la segunda, que la reacción no va a ser una carrera de armamentos, sino una carrera para diversificar las fuentes de energía reduciendo así la dependencia de Rusia y el «nivel de amenaza».

No es difícil traducir lo que este anuncio significa. Europa compra a Rusia gas y petróleo. Sólo hay una fuente de energía que pueda sustituir a estas dos: la nuclear. Es la única que cumple con las dos condiciones de ayudar contra el cambio climático y garantizar un suministro a gran escala y sin interrupciones.El carbón no cumple la primera condición; la energía eólica, la solar o la hidráulica la segunda.

España subscribió las conclusiones. Aunque Rusia no está entre nuestros proveedores, los argumentos pueden aplicarse dada su alta dependencia del Magreb, región de estabilidad incierta.

El argumento del Consejo Europeo no es tanto energía nuclear sí o no, sino algo más general y trascendente: en un mundo cada vez mas complejo, en el que la pax americana de los 90 ha dado paso a potencias emergentes (o re-emergentes, como Rusia) que compiten al modo tradicional y están dispuestas a usar todos los medios a su alcance para prevalecer, una buena política energética es más necesaria que nunca.

En un país donde el Gobierno rechaza, no ya el uso, sino el debate sobre la energía nuclear es legítimo preguntarse si esa política existe.

Una política energética debe perseguir tres objetivos simultáneos: garantizar la seguridad, favorecer el crecimiento y luchar contra el cambio climático. Según un informe de la Agencia Internacional de la Energía, hay un peligro real para la seguridad en el suministro a largo plazo. Hay un riesgo cierto de que la oferta de petróleo no supla la demanda en 10 ó 15 años y sucederá en un entorno de precios elevados. La razón no hay que buscarla en el agotamiento de los recursos.

Como dice la memorable frase del que fuera ministro saudí de Petróleo durante 26 años, el Jeque Yamani, «la Edad de Piedra no llegó a su fin por escasez de piedras». La falta de petróleo (y de gas) no vendrá del agotamiento, sino de la falta de inversiones para la producción en unos países que no tienen razones para sobreexplotar un recurso que les asegura ingresos durante décadas. Simplemente, la demanda aumentará más rápido que la oferta. Y lo hará con precios crecientes. Cuando se incorpore al precio el coste del CO2 («Poniéndole precio al humo», en esta misma columna) cambiarán radicalmente las reglas del juego de la electricidad.

Ante esta situación, la única respuesta posible es diversificar, incorporar todas las formas posibles de producir energía. Es irresponsable rechazar de plano una de las principales alternativas.Un rechazo no exento de hipocresía, ya que el modelo elegido implica una producción insuficiente que hace vitales las interconexiones con Francia. Lo que nos llega a través de ellas es electricidad de las centrales nucleares de nuestro vecino.

El debate sobre la energía nuclear en Europa no tiene nada que ver con el de hace 25 años. La tecnología ha evolucionado profundamente en seguridad y eficacia. Y el calentamiento global sitúa el debate bajo una nueva luz. El marco ha cambiado de forma tan dramática que Patrick Moore, uno de los fundadores de Greenpeace, sostiene que promover este tipo de energía es la mejor forma de servir la causa ecologista. ¿De verdad vamos a llegar tarde otra vez?

*Enrique Mora es diplomático y trabaja en el Consejo de la Unión Europea.

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